Tenía un puesto de periódicos, revistas y libros, nuevos y usados, en la carrera 4ª con calle 12, esquina del parque Caycedo, de Cali. Permanecía sentado atendiendo a sus clientes y leyendo. No faltaba un libro en sus manos. Rubio y de buena presencia, además de culto y buen conversador, llamaba la atención por la modestia de su negocio, hasta cuando la curiosidad lo abordaba, para conocer que era oriundo de Manzanares, en el departamento de Caldas, y tenía una extensa hoja de vida, en distintos oficios y en variados escenarios. Escribía notas de agridulce humor para referirse a temas de la cotidianidad social y política, del país y del mundo. Y elaboraba sonetos ajustados a las normas clásicas, como retratos de personajes a los que bajaba de sus pedestales, para ubicarlos en el lugar que en realidad les correspondía. En un pequeño libro de modesta edición que publicó en 1974, bajo el título de “El carnaval del pobre” y vendió a 30 pesos, resume así su currículo laboral: “(…) me defendí vendiendo carbón en chuspas, correas, cortes de zaraza, agujas de croché, ropa interior de mujer y bonos para la reconquista liberal, que se quedaron en la valija de Córdoba Peña (un político). (…) me metí a la política por dos razones: no tenía nada que hacer ni tampoco la más mínima cultura. Sin estas condiciones previas, nadie puede ser político en Colombia. Las masas se vengaron de mí en forma cruel: me ‘hicieron’ concejal, diputado y representante y no alcancé a ser senador porque, como dice Bonifacio Terán, me faltaba ignorancia”. El “Mono” desmitificaba la religión y la historia, para espanto de curas y maestros, sin la profundidad filosófica de Nietzsche pero con escepticismo parecido. De la historia patria, por ejemplo, reducía los hechos heroicos a proporciones que pueden ser más verosímiles. La batalla de Boyacá la describía así: “(…) el gran don Simón (Bolívar) no hizo nada que no fuera en forma maestra. Así que mientras sus muchachos derrotaban por cuatro a cero al equipo canario, él llevaba a cabo una hazaña estupenda. Antes de que su ejército obtuviera en el puente la victoria, ya él había dominado a la maestra de una escuela rural, a quien mis buceos históricos identifican como Inocencia. Si de veras fue así, se puede asegurar, con severo criterio de historiador sin caspa, que la pobre muchacha no perdió tanto como los españoles, pero sí debió cambiar de nombre. (…) Pero que quede claro: si Bolívar no estuvo en ella, la de Boyacá sigue siendo, para la gloria del gran hombre, su batalla, su obra ‘maestra’”.
El “Mono” Ángel, cuyo nombre completo no está por ninguna parte en su libro, como Zaratustra lo hizo a una montaña, acompañado de un águila y una serpiente, se retiró a una esquina del parque principal de Cali a mamarle gallo a la vida, con un libro en las manos, mirando por encima de las gafas el desfile humano.
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