Si se miran con cuidado los resultados de las pasadas elecciones, el panorama institucional de la democracia colombiana en algo se despeja. Algo es algo. O, como dice el común, “principio tienen las cosas”. Los ciudadanos de bien cada día se convencen más de que un grupo de pícaros se ha incrustado en las instituciones públicas y privadas, para echarse al bolsillo plata que es de todos los ciudadanos, cuyo destino es la inversión para el bienestar general. Esa convicción se reflejó en las pasadas elecciones parlamentarias, en las que sí se percibe renovación y una mentalidad distinta en los elegidos; además de que la abstención disminuyó. Estas son reflexiones de un optimista irreductible, para evaluar las perspectivas y hacer juicios con una óptica liberal equilibrada. Contrario a lo que proclaman fatalistas y criticones, los males que aquejan a la sociedad, que se han regado como maleza, no son culpa de fulano o zutano, ni asunto de reciente cuño. Por acción u omisión, es responsabilidad de casi todos.
El mundo entero viene desde hace muchos años en un proceso de degradación social, del que apenas se han escapado unos pocos países, que han adquirido madurez suficiente para entender la necesidad de imponer el bienestar colectivo como objetivo supremo del Estado. Las demás naciones se han narcotizado con el consumismo y por doquier levantan monumentos al vellocino de oro, que no es el sabio, el artista o el estadista destacado y útil a la sociedad, sino el mafioso opulento, que soporta su poder con el crimen. Esa degradación moral, y el desprecio de los valores éticos, se incrustaron en la política, y desde hace mucho tiempo gobiernan, legislan y juzgan.
La atomización de los partidos políticos colombianos en pequeñas empresas electorales ha permitido que contratistas inescrupulosos y prestamistas de baja calaña financien las campañas políticas, lo que les crea a los beneficiarios compromisos que solo pueden cumplir metiéndole mañosamente la mano al erario. Otros “dirigentes” tienen muy claros sus objetivos de enriquecimiento y “fríamente calculados” los movimientos para la defensa, la huida oportuna y la condena suave, gelatinosa, con reparaciones que no son más que un mal chiste.
Sin embargo, el panorama actual ofrece la percepción de un ciudadano más alerta, para rechazar a los corruptos a través de voto de opinión; el nuevo parlamento es, en su mayoría, bien seleccionado, y los “malosos” están marcados, para buscarles la caída al menor desliz; los organismos de control se muestran eficientes e implacables; la justicia está dispuesta a superar las trabas leguleyas, para depurarse ella misma; y el cuadro de candidatos a suceder al presidente Santos, salvo una excepción que no puede perderse de vista, es respetable.
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