Entre las altas dignidades del Estado se encuentran quienes ejercen como congresistas, senadores o representantes. Son necesarios en un país como Colombia. Sus compromisos finalmente son con todos los colombianos.
Para llegar a ser congresista existen varios caminos, pero solo la elección popular, salvo las decisiones recientes del Acuerdo de Paz, definirá su aspiración.
Los intereses de quienes desean ser congresistas son muy variados y van desde el hecho de ser políticos, con verdadera vocación de servicio, hasta innombrables motivaciones, como ha sucedido en el último siglo y cuarto de la vida republicana.
Cada quien tratará de convencer a sus electores, ya sea que tengan padrinos políticos o si son totalmente independientes. Pero, unos y otros, acudirán a una fuerza política que les servirá de eje concentrador, el cual dará el respaldo, individual o grupal, en los análisis; discusiones y votaciones internas del congreso, que darán lugar a leyes; decisiones inherentes al control político; a las investigaciones y juzgamientos; a actividades protocolarias y refrendaciones asignadas al Congreso, además de todas las demás funciones constitucionales pertinentes.
Cada vez con más frecuencia e intensidad, aparecen vientos de reforma al Congreso a raíz del desprestigio como cuerpo colegiado. Se entiende que hay congresistas, en diferentes períodos legislativos, que a través de muchos años han sido reconocidos como hombres y mujeres de integridad absoluta en el ejercicio de su labor y como ciudadanos.
En época electoral, tanto del Congreso como de la Presidencia aparecen quienes entre sus proyectos plantean la figura de reforma al Congreso o, en última instancia, una modificación a las normas que regulan el comportamiento de los congresistas en pleno derecho de su actividad.
El Congreso es un organismo que ha llegado a un importante descrédito entre los colombianos por motivos de diferente connotación, unos ciertos y otros sesgados, con el apoyo de medios de comunicación y otros entes interesados en ahondar la crisis institucional.
¡Nunca antes! A los cuatro vientos retumba el reclamo al pasado y la consiguiente innovadora decisión de cambio. ¡Ahora sí! Es el grito de batalla al anunciar la reforma.
Pero la pregunta: ¿Qué reformar? Las respuestas vienen desde diferentes ángulos: Gobierno, opinión pública así como de quienes han sido candidatos electos o sin elegir o aquellos que ya ocupan los escaños del Congreso.
Aparecen destellos como luciérnagas que tratan de modificar el complejo trabajo del Congreso y de los integrantes del mismo mediante acciones que finalmente son minucias que no inciden con el fondo del problema: mayor horario; menos vacaciones; menos honorarios y beneficios relacionados; menos vehículos; menos protección personal; más austeridad en el gasto y todo aquello que encanta al pueblo.
Lo esencial pasa desapercibido: ¡Todos los congresistas deben ser probos! Hay que fortalecer todas las vías para lograrlo. Con ello se arregla todo lo que molesta al colombiano con referencia al Congreso. No importa lo que tienen o van a tener para una labor fructífera en bien del país. Con congresistas honrados el país gana en una relación de uno por un millón.
Congresistas sin mañas abiertas o encubiertas, que estén alejados de la corrupción por cualquier medio y que sólo busquen cumplir con el deber para lo cual fueron elegidos. Como se ha dicho, la unanimidad es un peligro tan lesivo como la ingobernabilidad en cuestiones vitales.
Congresistas honorables han existido a través de décadas. Solo los animaba el respeto por el país, sus electores y, por supuesto, su recta conciencia de ciudadanos con un fundamental encargo de un ejercicio a toda prueba de corrupción.
Nota: El aniversario del nacimiento del Libertador pasó desapercibido. Para desagradecidos los colombianos.
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