La historia de la gastronomía en Colombia es larga, mucho más de lo que se puede simplemente recordar, desear y consumir. Existen excelentes trabajos en las diferentes regiones del país que han descrito el origen y la naturaleza de las distintas viandas autóctonas y modificadas según se vayan imponiendo los gustos de las personas.
Desde las tradicionales maneras de utilizar y preparar los alimentos, se ha pasado a una mezcla moderna de productos, desafortunadamente no siempre naturales, con un manejo que implica disponer de utensilios especiales, que no están al alcance de todos, como saber que una olla puede llegar a costar un millón de pesos.
Los buenos alimentos de los ancestros, conocida hoy como comida típica, es cada día más escasa, de menor calidad y más costosa. Evidentemente, hay todavía algunos sitios en donde aún conservan la sazón, la cantidad y la presentación de un agradable y nutritivo plato.
Pero, la mejor olla sigue siendo la de casa por muchas y variadas razones que entienden quienes poco asisten a restaurantes, que cada vez van siendo más costosos, más atiborrados y el servicio desmejorando continuamente, lo cual no se correlaciona con la publicidad, que intenta convencer con fotografías y listas de los productos, distribuida casa a casa o persona a persona en todas las ciudades.
El trajín citadino que incluye distancias, tiempo y costos, ha hecho perder la costumbre de comer en la casa al medio día. Ese precio perturbador de la vida no lo pagan los ciudadanos en las poblaciones pequeñas y medianas, cuando la hora del mediodía sigue siendo sagrada para la consabida y deliciosa sopa hogareña.
Sin lugar a dudas, los dulces caseros siguen ocupando un lugar importante dentro de la gastronomía del país y de las regiones. Los dulces de: guayaba, papaya, mango, piña, mora, tomate, breva, de leche, vitoria y la lista es tan enorme como las posibilidades de cultivo, comercio y costos lo permitan, hasta llegar al mongo-mongo de la costa Caribe.
La panela y el azúcar, han sido los ingredientes imprescindibles de éstos dulces, algunos usan edulcorantes. ¿No habrá algún decreto en ciernes para prohibir el azúcar en el dulce de mora y la panela en el de breva? O, ¡proscribir el agua de panela con queso!
El consumo medido, la conservación y la comercialización fueron imponiendo el método de la mermelada, hoy expandido en todo el territorio nacional, no hay pueblo pequeño en donde no se consiga una pequeña cajita con mermelada de mora y hasta de cereza: ¡Vivir para creer! Algunos se echan las porciones en los bolsillos del saco o las carteras, el problema estriba en que puede equivocarse de mermelada al buscarla.
La otra mermelada, la del eufemismo, también se encuentra en todo el país, incluyendo las áreas rurales. Una palabra de utilización reciente para describir un vicio viejo, que ha invadido como la polilla a la madera no inmune, a todas las estructuras. ¡Sálvese quien quiera y pueda! Muchos mermelosos, palabra compuesta de mermelada y golosos, quieren no seguir pero no pueden y otros pueden pero no quieren. Se volvió una adicción.
En un país en donde todo se puede vender y comprar, hay la sensación de que no hay límites definidos entre la honestidad y la corrupción. La firme creencia radica en que la mayoría de los colombianos son personas honorables.
De otro lado: ¿Cómo se puede llamar a una persona que deposita su voto, o lo vincula, por un corrupto al que se le ha probado administrativa o legalmente su falta? Hay otros de los que se tienen evidencias de corrupción no sometidas a la justicia. ¿Es válida solamente la sanción social?
Ser congresista implica una inigualable conducta honesta en la labor para la cual es elegido. No le debe estar permitido cambiar, a cualquier título, sus decisiones ni tampoco debe recibir y menos pedir prebendas por mantenerlas. ¿Y, a los gobernantes?
Nota: Al momento de iniciar la escritura de este artículo, la columna cumplía 25 años. Gracias a todos.
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