Se ha repetido que todas las profesiones son necesarias y dignas para las sociedades. Se construyen como variantes del servicio entre los seres humanos a raíz de las vocaciones e intereses de quienes optan por formarse y laborar por un espacio de tiempo definido por el titular de la profesión, el entorno y la ley.
Quien adopte una forma de trabajar amparado en una profesión tiene varias obligaciones que debe cumplir sin negligencia, impericia e imprudencia.
Cualquier persona merece respeto y consideración, además de reconocimiento por el trabajo. La utilidad de los profesionales está dada por la necesidad de los seres humanos de disponer para sí o para las instituciones a su cargo personas con mayores conocimientos y experiencias.
Los seres humanos tienen derecho inalienable a ser considerados iguales en su naturaleza, lo cual todavía no es reconocido universalmente en muchos territorios, incluyendo en Colombia, por la discriminación pública o privada.
Sin embargo, es diferente calificar las acciones de los demás. Todas las personas, con énfasis los profesionales, deben aceptar que sus actividades pueden ser valoradas con resultados que oscilan entre la aceptación con diferentes grados y el rechazo, sin que esto último se interprete como una falta a los derechos humanos. Entre más sentido de la profesión se tenga más fácil se debe aceptar las calificaciones y opiniones de los demás.
El profesor universitario de fisiología Francisco Mora, doctor en medicina y neurociencias, escribió el libro: Neuroeducación: solo se puede aprender aquello que se ama. El solo título ya es la definición de un comportamiento humano que trasciende a todos y todo. Hay varios derechos esenciales, entre ellos la vida con todos sus componentes básicos, la libertad y el aprender lo básico, porque lo avanzado dependerá de cada ser humano, del entorno y de la oportunidad.
Francisco Mora presidió un conversatorio en España. De la transcripción, se tomaron varias ideas que deben ser caviladas por las sociedades, directivos, docentes y estudiantes de las instituciones educativas, sin importar su rango. Expresó contundentemente que intentar formar sin conocer el funcionamiento del cerebro es un absurdo, teniendo toda la razón en este aserto.
Afirmó: El maestro debe ser la joya de la corona de un país. Una frase impactante cuando se dimensiona en todo su contenido. Los colombianos deben analizar si ello es verdad y si es así, qué tanto se cumple. Quedan dudas si se le considera así y si todos actúan de conformidad. El desarrollo sapiente de la especie depende de los maestros con quienes se tiene contacto desde la primera edad, sin olvidar los padres o quienes hagan sus veces, a ellos también les compete responsabilidades en la instrucción y por supuesto: en la formación de sus hijos.
Anunció el nacimiento de una nueva cultura: La cultura neuro, explicándola como la manera de darse cuenta del significado del ser humano, lo que parecería una tontería, pero ello implica conocer la esencia del comportamiento humano en temas tan elementales como lo que cree, piensa o hace.
Analizó los diferentes tipos de inteligencia para evitar el rasero peligroso de unificar a las personas por modelos preconcebidos. La temática lo llevó a considerar la inteligencia emocional. Y, alrededor de las emociones hace extensas, claras y afortunadas definiciones. Fue enfático en que el cerebro define las subjetividades del ser humano como es la calificación de la belleza.
Confirmó lo que muchos saben y olvidan: La atención de un universitario en aula es de máximo 20 minutos y quizá en pocos casos hasta 40, para no mencionar las jornadas continuas sufridas diariamente de 6 a 8 horas. Un absurdo y verdadero ejemplo de comprimidos modernos. Refresca el término rendimiento mental, concluyendo que no todos aprenden igual a la misma hora.
Diserta sobre el concepto de normalidad y concluye como se ha expresado antes que normalidad entre seres humanos no existe. Y eso se olvida hasta por los médicos.
Finalmente repitio lo que es un axioma: lo que puede trasmitir un maestro, no se puede esperar de una computadora. Magistral.
Un conversatorio vital, estimulante.
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