Hay temas sencillos en su enunciación pero difíciles, en diferentes grados, en la comprensión y aplicación. Varios de ellos se reactivan periódicamente en la sociedad, aunque son de su competencia permanente. Sin embargo, están presentes persistentemente en los círculos que tienen interés directo en ellos.
Una temática es la denominada: Libertad de Cátedra, la cual ha vuelto a ser fuente de análisis de muchos interesados, desde distintos enfoques y prácticas, a raíz de un proyecto de ley que pretende reglamentar una actividad dentro del aula, restringiendo la libertad de los profesores para ejercer plenamente su función.
El asunto despierta muchas controversias tanto en expertos como en el común de las personas, según sus intereses entre los cuales se encuentran sus convicciones religiosas, políticas, sociales, económicas, educativas o de otro contexto.
Al menos tres aspectos deben ser diferenciados: Libertad de cátedra; libertad de expresión y opinión; y, autonomía universitaria. En Colombia, estas particularidades son consideradas derechos por norma superior. Ellas, se invocan frecuentemente y en no pocas ocasiones son motivo de batallas verbales y en otras son causa de agresión.
En determinadas instancias aparecen como sinónimos las libertades: Académica o de cátedra. Como se ha entendido, la libertad de cátedra está involucrada en la libertad académica, ésta última tiene un campo de aplicación mayor dentro del contexto de la educación.
Pareciera que la libertad académica fuera un precepto reciente, pero es antiguo. Procede de Europa principalmente de los Países Bajos, 1575, y Alemania, 1737. Sin embargo, hay que decir que no ha sido fácil su aplicación, existiendo Estados o áreas de ellos o instituciones con restricciones.
La fundamental libertad académica tiene tres pilares: Los profesores, los estudiantes y las instituciones. Todos deben estar enlazados para facilitar el derecho que les otorga la sociedad para cumplir con sus funciones y misiones. Los profesores en Colombia deben entender que hay al menos cinco variables que están sujetas a su papel dentro de cada entidad.
Pueden informar y analizar con sus estudiantes los temas propios de sus asignaturas; puede investigar y producir material de acuerdo a los delineamientos institucionales; pueden instruir y debatir con sus estudiantes las diferentes corrientes religiosas, políticas, sociales, económicas u otras; no les está permitido la direccionalidad única y obligatoria; no hay ningún tema vedado para la formación de sus estudiantes, siempre y cuando se cumplan premisas de ecuanimidad con espacio y tiempo.
En Colombia, la libertad de aprender está comprometida por la rigidez tanto en las universidades como en quienes aspiran o cursan estudios. Los estudiantes se matriculan en donde pueden, no en donde quieren, según las oportunidades, factores económicos o programas de estudio. Los estudiantes, en algunos casos, tienen total flexibilización de sus estudios, conservando obligatoriamente un eje central.
Las universidades utilizan el derecho a la autonomía bajo diferentes estrategias, no siempre afortunadas en los resultados. Cada institución debe hacer honor a su misión y quien dirige, enseña o aprende debe ser consciente de ella. No hay lugar a reclamos.
La autonomía debe ser una política irreductible, amplia y veraz. En varias entidades pasa por crisis con inmensas dificultades administrativas, añadiendo falta de claridad y resultados en su misión. No solo es pedir la autonomía, hay que ejercerla a plenitud y con responsabilidad.
Los universitarios deben entender que tienen derechos que les son propios y cuyo ejercicio facilitará el acto de la formación en la que intervienen profesores, estudiantes, directivos y la presencia de la sociedad a través de sus representantes, comenzando por las familias.
Los profesores deben analizar cuidadosamente las condiciones intelectuales de sus estudiantes desde el preescolar hasta los postgrados, cada conjunto humano tiene condiciones especiales y dentro existen diferentes personas, quienes merecen distinción en el proceso de formación.
Ni los directivos, ni los profesores en sus aulas deben convertirse en emisarios de propagandas que se traducen en adoctrinamientos de cualquier orden, férreos y sin límites. Nada más apreciado que un profesor ético, universal y docto en su tema.
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