Todos los habitantes de la tierra han entrado en un nuevo período cíclico determinado, hasta ahora, por la traslación del planeta alrededor del sol. Unos pueblos a pesar de aceptar el conteo universal de los años, tienen sus propios tiempos determinados unos ancestralmente, incluso desde antes de la era cristiana y aparición de la teoría solar. Otros, contando distintamente después del siglo I.
Para efectos de los pueblos occidentales, aunque algunos migrantes hayan llegado a estos territorios y conservan entre sí sus creencias, el 1 de enero marca una nueva etapa en el devenir de los seres, para unos, consciente como en los humanos y para los otros simplemente es la continuación de su evolución biológica. Todas las especies van en el camino de la muerte, hasta ahora, lo que significa en términos rudimentarios que el fin se acerca aunque para ello se cuenten con más énfasis los años de vida desde el nacimiento o de siembra.
Para los astrofísicos, antropólogos y geólogos entre otros, los términos de un principio y un fin del planeta tierra y de otros sistemas mucho más allá del solar, que han sido anunciados, se cuentan en millones de años y éstas son cifras que escapan a la real y general comprensión de los seres humanos y jamás están ligados a la existencia de una persona, por lo insignificante del tiempo vivido o a vivir, en comparación con la inmensidad, no vislumbrada totalmente, del espacio.
Por ello un año en las cuentas de la tierra es importante para quienes han vivido, viven o van a vivir en el planeta, no se sabe exactamente el término de las actuales especies: humanas y otras incluyendo las vegetales.
Salvo el declive natural, en la mayoría de los casos insensible, de quienes poseen vida, entre diciembre y enero son pocos los cambios que atañen a su naturaleza, salvo la enfermedad declarada que avanza sin restricción hasta llegar al cataclismo. Un joven, aparentemente no cambiará de piel, ni tendrá naturalmente otro corazón, tampoco modificará su estructura y funcionamiento básico cerebral y menos virará el color del iris, salvo las lentillas coloreadas usadas por algunos.
Sin embargo, por las costumbres parecerá que será otro desde la media noche del primer día de enero. Quizá convenientemente haga una o varias contriciones de corazón con los respectivos propósitos de enmienda y planee consecuentemente las satisfacciones de obra, una bella y universal enseñanza cristiana de convivencia humana.
Atrás quedaron los balances y el menos importante para la esencia de la vida es el financiero aunque el trajín diario exija cada vez más dinero, en un entorno imbuido por el consumo a todo trance.
¿Qué bueno se hizo? Todo lo que signifique cumplimiento, incluso legal o de norma, del deber sin que haya una pizca de remordimiento. Pero en una proporción no calculada con certeza, un número de seres humanos dejaron sus compromisos de lado total o parcialmente.
Ellos, si tienen consciencia entrarán en una fase de entereza, oportunidad y comprensión de los demás y podrán dar las explicaciones atenuadoras que de ser ciertas, podrán recibir el inmenso e insustituible beneficio del perdón.
¿Qué bueno va a hacer? Todo lo que implique desempeño cabal de sus obligaciones, independientemente de los resultados que atenderán a diferentes evaluaciones.
La noche del 31 de diciembre, por costumbre ancestral, fue propicia para le expresión de sentimientos, seguramente muchos adornados con lágrimas que si no se conjugan (diferente a enjugar) con la realidad no tendrán razón en el futuro. De alegría o tristeza, ellas fueron propiciadas por la franqueza, las demás eran engañosas así que era preferible una mirada seca.
A las personas les podrán: Cambiar el salario; modificar el cargo; asignar otros jefes o compañeros; exigir pagar más por lo mismo; asumir otras motivaciones a medida que avance el tiempo, pero ante todo deberán estar en paz consigo mismas para enfrentar la extrema dureza del exterior.
Siempre la esperanza de algo benéfico distinto existe. Que así sea.
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