El querer conocer la verdad es una realidad a la cual se enfrenta el ser humano desde mucho antes de definirle el límite legal de la responsabilidad autónoma al afrontar los eventos de su vida y entorno.
Hoy, un joven a los 10 años está en pleno uso de su razón pero por diferentes motivos los legisladores no han entendido el alcance de lo que pasa por su mente que a diferencia de antaño, ha visto y oído de todo, tiene a su alcance información ilimitada, moderna o antigua, y ha razonado sobre una diversidad de temas que lo han llevado a formar su psiquis.
En términos del equilibrio puede aceptarse que el límite de los 18 años para ejercer plenamente su ciudadanía es un exceso por la evidencia. Sin embargo, a los 12 muchos han iniciado su vida sexual activa, pero aún es temprano para responsabilizarse de todo lo que le atañe, a los 14 pueden decidir sobre su vida, determinando si quieren o no vivir o los 15 cuando han decidido su vida profesional ingresando a la universidad.
El conocimiento de toda la verdad es un derecho de las personas. Tres hechos son imposibles de ocultar según Buda: El sol, la luna y la verdad. La verdad es una sola, íntegra y sin sesgos, aunque en la transmisión de la misma puede haber interferencias, conscientes e inconscientes, por la misma naturaleza humana.
Ahora se discute en el Congreso de la República, el proyecto de ley que sin eufemismos es una reforma al sistema tributario: modificándolos o creándolos, se identifica que no todo se anunció claramente cuando se discutía en las etapas previas a su presentación oficial ante los legisladores como sucedió con la previa legislación tributaria, cuando la verdad total y para todos los ciudadanos se conoció tiempo después en la medida que comenzaron a surtir los efectos de los gravámenes.
En el país hay ejemplos de distracciones frente a la verdad total cuando se someten los proyectos a consideración del Congreso. Primero aparecen tópicos muy sensibles, aunque en tributación todo lo es, como se lee en la Biblia y en los relatos de la época de la Colonia. Impresiona ahora el caso del Impuesto al Valor Agregado para los productos del necesario consumo alimentario.
Las implicaciones de éste impuesto concitan a todos los ciudadanos. Se cuentan pocos a favor, entre ellos los agentes del gobierno, y otros que lo creen técnicamente necesario pero doloroso, que lo explican a su manera y anuncian su compensación financiera a los pobres de capital, porque ahora hay que explicarlos para diferenciarlos de los escasos de espíritu que aparentemente son poquísimos pero la realidad es otra por el conformismo detestable que evidencian ante éstos y otros acontecimientos.
Los tributos estatales son una necesidad y una obligación cuando ellos benefician, directa o indirectamente a todos los colombianos. Cuando el Estado se fortalece, éste puede atender a todos los asociados. Debe inducir un intenso debate por todos los tributos, que deberán ser analizados en profundidad y el Congreso adoptar la mejor decisión para todos. Se debe evitar pasar por debajo del dintel otras propuestas, tributos, que han sido poco publicitados pero que producen severos impactos en las personas naturales y jurídicas. Ejemplo, de la mejor técnica de distracción.
Están felices quienes en el proyecto reciben los beneficios de la disminución de impuestos. Los colombianos necesitan, mejor deben exigir que los tributos sean justos y equitativos. Es un derecho tener una legislación seria, perdurable, que no esté al vaivén de intereses temporales de unos en contra de otros. Los tributos no pueden ir al arcón pretendido por los piratas, corruptos, de lo contrario el baúl no tendrá fondo.
Las subvenciones deben ser equilibradas, específicas y temporales no pueden ser los pararrayos de procesos inadecuadamente atendidos ya sea por el derecho y número de beneficiaros como por la calidad de ellos.
El país tiene que acostumbrarse a verdaderas y profundas controversias sobre temas esenciales. Debe enfrentar una amplia discusión, como la que se avecina sobre el salario mínimo.
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