El país, como se presentía estuvo dividido electoralmente y los resultados del pasado domingo confirman el aserto. Las millones de palabras e imágenes, difundidas antes del veredicto del voto, inundaron todos los medios de comunicación que ayudaron a propiciar o rechazar, las propuestas de los candidatos. Inclusive intervinieron en las vidas de éstos.
No es posible, por injusto con el lector, repetir toda las infamias comunicadas con primeras hasta decimas intenciones. Ciertos escuderos mentales escondidos e infames hicieron su tarea. La escoria, como es su fin, parecía brillar y había que ser cauto, experto y sano para desecharla
Tampoco es importante repetir los intereses que animaron a cada elector para llegar hasta la urna con el fin de depositar la prueba física de su decisión que debió ser absolutamente libre. Paradójicamente, dependientemente únicamente de su conciencia, con todos los factores éticos que modelaron su juicio.
Desde el mismo momento de la emisión de los primeros resultados arrancó una fatigosa etapa de análisis y presupuestos sobre el futuro del presidente electo y de la Nación, incluyendo el consabido: ¿Quiénes ganamos?, a pesar de la oposición abierta o encubierta que demostraron hasta el cierre del período de las votaciones. Y, en sentido estricto tienen razón porque fue posible expresar su decisión aún con compromisos no deseables en un país que respeta las libertades que otorga la Constitución, aunque no sea.
Sin embargo, a estas horas ha quedado atrás todo aquello que recibieron los colombianos quienes mayoritariamente desearon que se acabara pronto la campaña por las condiciones en que se dieron en la primera vuelta electoral y la segunda que fue más abusiva y lesiva.
No pocos ciudadanos tomaron la decisión de abstraerse de cualquier noticia o comentario preelectoral para cuidar su bienestar mental. Ahora, sólo hay un camino: ¡Cumplir lo prometido! No hay atenuantes en estos momentos. Quizá dentro de 4 años los juicios sobre las actividades u omisiones del presidente, que deben comenzar por los de él en la etapa final de su gobierno, presenten justificaciones al incumplimiento de sus promesas.
Tiene base jurídica: Quien prometa para obtener y luego de obtenido no cumpla lo prometido, incurre en evidente delito.
Aparece entonces la figura de si quien ejerce la Presidencia de la República, adquiere el compromiso de obtener resultados o si por el contrario sólo es responsable por acción de medios o sea que sólo le compete intentarlo. Una u otras veces, escasísimas, los candidatos dijeron: Intentaré. La inmensa mayoría de las ocasiones, por no decir todas, afirmaron vehemente y reiteradamente que actuarían o sea que prometían resultados.
En una entrevista publicada la semana pasada, el Papa Francisco afirmó el 19 de mayo: No se puede reducir la guerra a una distinción entre buenos y malos. Es una afortunada concepción ideológica y pragmática que puede ser extrapolada sin riesgo de incurrir en falsas consideraciones, al momento actual.
Ahora los colombianos no deben dividirse, bajo ninguna consideración entre buenos y malos porque pensaron y votaron diferente, estas diferencias son la esencia de la democracia, no son el resultado de la dictadura.
Sigue una labor fatigante pero imprescindible: ¿Quién tiene la obligación de demostrar los incumplimientos de las promesas y exigir su cumplimiento?
No hay sino una respuesta inapelable: Todos los colombianos, hayan votado o no por el candidato. El problema no es de otros es de cada uno sin un atisbo de flaqueza. En Colombia se debe acabar la pusilanimidad. De lo contrario las bisabuelas tendrían razón: ¡Apague y vámonos! ¿A dónde?
Nota: Escrito a priori, 6 horas antes del primer resultado electoral. Posteriormente, no se cambia ni una coma
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