El país está en pleno apogeo por la búsqueda de la verdad. Sin embargo, no es una actividad nueva de los seres humanos. De una u otra forma, en la medida en que los cerebros han fortalecido sus funciones a través de los siglos, las personas desean conocer la veracidad de hechos antiguos y nuevos.
Nada más natural que exigir que se conozca la verdad sobre las acciones que le competen a él y a sus congéneres, cercanos o lejanos. ¡Quién lo creyera! Ahora importa la verdad sobre los acontecimientos en todos los continentes, aunque no tenga el más mínimo interés directo. Sin embargo, la querencia por la verdad demuestra de alguna manera un afán.
Nadie quiere convivir con la mentira, les parece un atrevimiento y prefiere conocer la verdad por dolorosa que sea. Aunque a muchos no les interesa ni la verdad ni la falsedad sobre personas o sus obras y adoptan una conducta de alejamiento traducida en ignorar. Dicho coloquialmente, importa nada.
El distanciamiento de otros, de sus pensamientos expresados y de sus actividades, es cada día más difícil por la interrelación de los seres humanos cada vez más solidarios aunque aparezcan personas conocidas, aún por el nombre, con un elevadas señales de egolatría, abuso, destrucción, mendacidad, fanatismo, felonía y muchos otros epítetos que producen vergüenza, siendo mejor ignorarlos por el bien mental.
Aparece la necesidad perentoria de la verdad sobre los acontecimientos sucedidos en Colombia en casi setenta años de violencia abierta y encubierta cuyos efectos, directos e indirectos, han comprometido a todos los ciudadanos. ¿Y la verdad sobre hechos como el Palacio de Justicia, las muertes de Gaitán, Álvaro Gómez, Luís Carlos Galán y otros, cuándo?
¿Cuál es la verdad? Los filósofos, teólogos, tratadistas y la realidad, indican que la verdad no es única y que ella tiene una multitud de facetas, que no siempre son de fácil compaginación. Al menos existen dos lados de la verdad. ¿Podría un ser humano desprevenido descifrar la verdad entre dos versiones disimiles con pruebas aparentemente fehacientes de un lado y aparentemente cuestionables del otro? No por tener más jueces es más fácil encontrar la verdad, aunque la aproximación a ella puede beneficiarse de la multiplicidad de enfoques otorgados por diferentes personas con distintas capacidades, conocimientos y experiencias.
Mucho se ha dicho sobre la utilidad de la verdad en las décadas de sufrimiento de los colombianos. Violencia que ha disminuido, pero no ha terminado, aunque se trate de olvidar o disimular su existencia. Cada persona lesionada deberá determinar lo que hará con la verdad que se le entregue o se le insinúe.
De esa verdad al menos se desprenderán las responsabilidades y con ellas evidenciadas se adoptarán conductas, inclusive con lo previsto en el Acuerdo de La Habana, de ello no cabe la más mínima duda. La verdad será dolorosa por más señas anticipadas que se tengan de ella. Ella será, en primer lugar, de manejo íntimo y en segundo lugar del núcleo familiar o social y luego se universalizará, incluyendo al Estado.
¿Con el conocimiento de la verdad se acabará la violencia? La respuesta más simple indica que no. Y la más importante decisión debe relacionarse con llegar a un país en paz. No es imposible. ¿Cómo terminar con la delincuencia común, tanto citadina como rural? No todo es causa de la inequidad social.
Ojalá los diálogos en el Ecuador tengan un término feliz a mediano plazo. Además, se bloquee efectivamente la reincidencia de los miembros de las fuerzas irregulares, cuyos líderes firmaron con el gobierno, y validado para el país por la vía del Congreso y la Corte, un acuerdo del cese de la violencia e incorporación a la actividad civil con todos los derechos, incluyendo los políticos.
¿Para qué los derechos fundamentales si no se vive o se aspira a estar en paz? La vida en paz es un derecho inalienable de los seres humanos. Los guerreros contra la vida están proscritos, así en otros escenarios sean bien recibidos por la defensa de lo suyo y de los demás.
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