Mi respeto por la Iglesia católica ha sido inconmensurable. Mis años de primaria y bachillerato transcurrieron en colegios católicos y fue mucho lo que aprendí de valores humanos, respeto a los semejantes, convivencia pacífica, altruismo, ayuda al prójimo y respeto a las instituciones. He considerado la Iglesia como un baluarte espiritual de inmensas proporciones y tengo que reconocer todo lo que ha aportado en mi vida personal y familiar. Por ello he guardado siempre una posición respetuosa con la Institución y he considerado que las falencias de sus miembros que han resultado envueltos en escándalos de pederastia, corrupción o abusos, no pasan de ser errores humanos que no tienen por qué degradar a la Orden en general.
Pero lo que hoy hace la propia Iglesia católica, que a mi modo de ver es un comportamiento institucional, degrada y arrasa con todos esos principios en que íntimamente tenía fincadas mis consideraciones y esperanzas. El hecho de que una sede episcopal sirva de albergue a un criminal de la talla de Santrich, y que esa especie de “asilo político” (que tiene todos los visos de ilegalidad) se haya dado en un desafío rampante y con el desacuerdo manifiesto de la Fiscalía, convierte a la Iglesia en cómplice y connivente de un criminal que está evadiendo la justicia, para lo cual la Iglesia no puede prestarse.
Se aducen motivos humanitarios. ¡Tampoco! La decisión de morir de hambre (si es que esa fuera la voluntad de Santrich) es una decisión íntima, personal y respetable, y no puede servir de elemento extorsivo o de manipulación como está sirviendo. Hay muchos presos inocentes; hay muchos procesados cuyas sentencias se dilatan sin motivo; hay muchos condenados muriendo por el hacinamiento en las cárceles; y hay mucho acusado sufriendo la incertidumbre de un sistema paquidérmico. ¿Si entraran en huelga de hambre se abrirían entonces las puertas de la Iglesia para refugiarlos? ¿Si amenazaran con morir antes que someterse a la justicia, se abrirían las instalaciones episcopales para evitar esas muertes? ¡Seguramente no!
Pero no solo porque no hay cabida para tantas víctimas de las falencias judiciales en Colombia, sino porque ninguno puede exhibir el prontuario cínico de Santrich, que parece hacerlo acreedor a grandes consideraciones y tratos especiales: tal vez ningún colombiano ha cometido tantos crímenes, tantos secuestros, tantas mutilaciones, tantas violaciones de menores, tantos atentados terroristas, tantos asesinatos, ni tantos genocidios. Y tal vez ningún colombiano puede mostrar dentro de sus atrocidades, bombardeos a iglesias donde se refugiaban sus víctimas buscando el Amparo Divino (como en Bojayá). ¡Qué injusticia!
Es pues inaceptable que la Iglesia católica se haya convertido en la salvaguarda del crimen, del terrorismo, del narcotráfico y de los delitos atroces. Es inaceptable que una Institución que ha sido construida entre toda la comunidad y que está llena de privilegios tributarios, judiciales, sociales, económicos y políticos, le dé hoy la espalda al país, y se alíe con el terrorismo para hacerle el quite a la institución más sagrada, como es la justicia.
Y si Santrich entró en huelga de hambre para manipular la justicia, y la Iglesia católica se prestó para sus componendas, pues yo me declaro en “huelga de misa” hasta que esa misma Iglesia devuelva a este criminal a la cárcel o al sitio de reclusión que dispongan las autoridades, y que no viole el derecho a la igualdad que nos cobija a todos. Pero además, como el poco o mucho dinero que damos en la limosna terminó sirviendo para construir un refugio para el terrorismo y el narcotráfico, también me declaro en “huelga de limosna y óbolo” hasta que la Iglesia recomponga estas acciones conniventes y cómplices con criminales reincidentes de la talla de Santrich.
El mensaje que hoy recibimos de la Iglesia es degradante, triste e indignante: sus instalaciones eclesiásticas se han convertido en el refugio de los peores delincuentes y sirven de evasiva para burlarse de la justicia nacional e internacional. ¡RIP!
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