Desde esta tribuna hemos luchado siempre por un cambio en la forma de hacer política. Deploramos el proselitismo basado en las ofensas, las revanchas, la exacerbación de los odios y la generación de dudas en la imagen del rival. No estamos de acuerdo con campañas basadas en los defectos de los contrincantes y carentes de sustento propio; campañas donde prevalece la cobardía, las insinuaciones veladas, el oportunismo y la degradación del contendor. Rechazamos los señalamientos sin pruebas que, una vez proferidos, causan el efecto deseado y terminan sin autor.
Y esto es lo que, infortunadamente, estamos volviendo a ver hoy en Caldas. La vieja forma de hacer política llegó de la mano de uno de sus actores más pronunciados: Luis Guillermo Giraldo Hurtado, quien ha regresado haciendo acusaciones gravísimas con fundamentos etéreos. Y hay que decirlo con claridad, porque no podemos permitir que se siga degradando una actividad que debería ser sagrada; ni que se convierta la campaña electoral en un campo de batalla donde el triunfador tendrá que blandir sus banderas sobre cadáveres de inocentes. No podemos dejar desbordar las pasiones como sucedía en los años en que la política se hacía con pasquines debajo de la puerta, anónimos injuriosos profusamente distribuidos y amenazas directas muchas veces finalizadas con sacrificios de personas.
Y no es que estemos llamando al silencio, ni a la complicidad, ni mucho menos a dejar que los actos delictuosos se impongan y predominen. ¡No! Pedimos solamente que se denuncie con pruebas, con nombres y con hechos; porque es la única forma de procurar un castigo y colaborar con la justicia; es la única forma de que la sociedad conozca la verdad y se pronuncie en las urnas con seguridad. Lo otro, es decir, las acusaciones infundadas, soterradas, solapadas y cobardes solo traen más desazón en una sociedad hastiada de la política y que encuentra en cada elección una batalla, y en cada actividad una guerra cruel.
No sabemos con precisión cuáles puedan ser las intenciones de Luis Guillermo Giraldo al volver a hacer política en un departamento que había olvidado y del que partió hace muchos años, en parte por su propia voluntad, y en otra parte porque el ambiente le era hostil, los señalamientos eran constantes y las acusaciones (esas sí directas y puntuales) le hacían la vida imposible. Lo cierto es que entró tratando de desestabilizar al Centro Democrático donde pensó tener el derecho a dominar, mandar e imponer a sus anchas; y al no encontrar eco y, por el contrario, ver un rechazo general, siguió su carrera buscando cualquier otro partido que le diera el aval y decidió enfilar baterías en contra del partido que creyó de su propiedad (Centro Democrático) y de aquel donde siempre militó (Partido Liberal).
Repito: las acusaciones que ha hecho el doctor Giraldo en contra de anónimas personas deberían materializarse en denuncias formales, con nombre propio, con hechos concretos y con pruebas que las sustenten. La sociedad tiene el derecho de conocer a los autores de las conductas que se denuncian, y los partidos políticos tienen la obligación de proceder en consecuencia.
De todas maneras, Luis Guillermo Giraldo Hurtado es bienvenido a la contienda política, porque la democracia se fortalece cuando el abanico de elegibles se amplía. ¡Pero no así, doctor Giraldo! No pretenda imponernos nuevamente ese tipo de proselitismo degradante e irrespetuoso donde los buenos son los de acá y el resto de la humanidad es perversa, mala y terrible. No le haga este mal a la democracia, al sistema ni a la política caldense. Bienvenido, Luis Guillermo: ¡mil veces bienvenido!; pero con moderación, gallardía, gentileza, caballerosidad y decoro. De eso Usted sabe mucho y nos convendría a todos que lo practicara en esta actividad que puede llegar a ser el colofón de su vasta carrera pública.
¡Y bienvenidas también sus denuncias! Pero con sustento, con nombres, con pruebas y con los elementos de validez que requieren este tipo de señalamientos.
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