En la primera alocución presidencial después de las elecciones del 11 de marzo, Santos se mostró ufano y enfático recalcando que habían sido los comicios más transparentes de la historia. Y no sabe uno si reírse de esta afirmación, o sentirse más agraviado por el descaro de creer que sus palabras pueden causar una amnesia colectiva. ¿Transparentes unas elecciones donde misteriosamente se acaban los tarjetones, y se nos impide ejercer el derecho al voto? ¿Transparentes unas elecciones donde se nos coarta el derecho a pronunciarnos en uno de los más sagrados mecanismos de participación popular, como son las consultas de los partidos?
Esto no admite justificación de ninguna clase. Primero, porque independientemente de que los tarjetones que se agotaron, o que escondieron, o que dejaron de imprimir fueran precisamente para elegir al candidato de oposición, la falta de la Registraduría (que es una entidad gubernamental) es imperdonable, pues cercena derechos constitucionales supuestamente inviolables. Segundo, porque de acuerdo con la ley la Registraduría tiene dentro de sus funciones las de: “Proteger el ejercicio del derecho al sufragio y otorgar plenas garantías a los ciudadanos, actuando con imparcialidad, de tal manera que ningún partido o grupo político pueda derivar ventaja sobre los demás”; “dirigir y organizar el proceso electoral y demás mecanismos de participación ciudadana…”; “coordinar con los organismos y autoridades competentes del Estado las acciones orientadas al desarrollo óptimo de los eventos electorales y de participación ciudadana”, entre otras.
¿Se cumplieron estos preceptos? ¡No! Porque el derecho al sufragio se ejerce en Colombia al depositar los tarjetones oficiales previamente impresos, y las plenas garantías a los ciudadanos se dan cuando, en la mesa de votación, se hace entrega al elector de esos tarjetones. Porque no se actuó con imparcialidad y se palpó una ventaja aberrante de un grupo político sobre otro. Porque el desarrollo óptimo del evento electoral no se dio y la participación ciudadana se vio limitada. En últimas, porque los ciudadanos fuimos irrespetados, nuestros derechos fueron violados, y el Gobierno –aduciendo falta de recursos- terminó metiéndole la mano a las elecciones y desfigurando los resultados. Nada más parecido a una dictadura; nada más parecido a lo que pasa en Venezuela.
Pero hay algo peor: la pasividad de los colombianos. Nuestro silencio ante esta situación no es más que la demostración de que se nos agotó la capacidad de asombro. Y esto, a corto plazo, provocará que las elecciones se conviertan en otra farsa para terminar legitimando los atropellos gubernamentales. Nuestro silencio nos convierte en cómplices de un Gobierno manipulador, atropellante, indolente y descarado; de un gobierno que procede por fuera de la constitución y la ley para conseguir sus metas; de un Gobierno que perdió el respeto por sus ciudadanos y ya no le importa su dignidad ni su decoro.
La falta de tarjetones para votar por cualquier partido es gravísima. Pero pregunto: ¿qué hubiera pasado si el faltante de tarjetones hubiera sido para la consulta de Petro? ¡Colombia incendiada! ¡Colombia destruida! ¡Colombia revolucionada! Seguramente estaríamos afrontando el repudio internacional, el revuelo de las ONG al servicio de la izquierda, y las Farc envalentonadas por falta de garantías. Pero como fue en contra de la oposición, pues simplemente se considera como un error irrelevante que se subsana con el traslado de culpas entre el registrador y el ministro de Hacienda.
¿Cuántos votos se dejaron de depositar en esta consulta? Es imposible saberlo, pero así hubiera sido uno solo, se fracturó la democracia. ¿Cómo controlar y garantizar transparencia en unas elecciones donde se permite votar con fotocopias?
Es triste, pero lo sucedido el domingo pasado nos indica con claridad que si las elecciones presidenciales de este año no se ganan en primera vuelta y con contundencia, este Gobierno es capaz de acudir a cualquier medio para falsear los resultados en la segunda, o de utilizar cualquier método para evitar que sus enemigos políticos accedan al poder. De ahí que los partidos de derecha tengan una gran responsabilidad con el país de repensar una unión, que les permita derrotar de una vez cualquier posibilidad de fraude en la segunda vuelta electoral.
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