El senador Gustavo Petro publicó su declaración de renta por el año 2017 y, como en todos sus actos, quedaron marcadas grandes incoherencias que rayan con el irrespeto. Declara como ingresos recibidos en todo el año la suma de $4.157.000, lo que equivale a unos ingresos mensuales de $346.500, cantidad con la que no vive ningún ciudadano en estrato cero. Ese valor no debe alcanzar ni siquiera para pagar la factura de energía de su mansión, o la gasolina de uno de sus vehículos. Significa que para comprar un par de zapatos de los que usa tiene que devengar seis o siete meses de ingresos, o para consumir en almacenes de marca de Buenos Aires tiene que devengar cuatro o cinco años. ¡Nos creen estúpidos!
Parece que estamos enfrentados a un evasor de marca mayor. Primero, porque es imposible que alguien sobreviva en Colombia con ingresos tan exiguos, lo que indica que su declaración está totalmente alejada de la realidad; y lo segundo, porque un tren de vida como el que lleva Gustavo Petro, requiere de millonarios ingresos diarios para su sostenimiento, y si fueran producto de donaciones eventuales o sistemáticas de sus amigos, éstas representarían unas ganancias ocasionales que son objeto de impuesto y tendría obligación de declararlas.
Extraña igualmente que la DIAN, que es tan acuciosa cuando de exprimir a los contribuyentes se trata, no haya hecho ninguna investigación al respecto. La tributación en Colombia no es selectiva, ni la legislación contempla privilegios para ningún ciudadano. ¡Basta ya de que el propio Estado se preste para alcahuetear los vicios de ciudadanos que, por ser de izquierda, se sienten con el privilegio de violar todas las leyes! Adicionalmente, alguien que reclama igualdad, justicia social, equidad y cubrimiento de todas las necesidades del pueblo por el Estado, queda muy mal parado dejando en evidencia que sus acciones fiscales son poco claras o, en el mejor de los casos, que está pésimamente asesorado y que sus contribuciones impositivas están falseadas, haciéndolo aparecer como “El pobre viejecito”.
Estos son actos que nos llevan a dudar aún más de este personaje. Por eso la intervención de Gustavo Petro esta semana en la plenaria del Senado causó, más que asombro, hilaridad. Oírlo hacer un llamado a la reconciliación, cuando en sus redes sociales llama permanentemente a la revolución y al desorden social; llamar al amor, cuando permanentemente convoca al odio; o llamar al respeto por las ideas ajenas, cuando su característica más predominante es la intolerancia, solo puede hacer parte de un discurso efectista pero mentiroso, y de una perorata que alimenta a la galería pero cuyo sustento real no existe.
Creo que las vueltas de la vida son incontenibles. Creo infinitamente en la ley de la compensación, y por eso creo que se le está llegando la hora a Gustavo Petro para que responda por sus actos ante el país. Sus seguidores y adeptos se están dando cuenta de quién es realmente el líder de la Colombia Humana y, más temprano que tarde terminarán reaccionando ante las evidencias. Y como sé que estas líneas volverán a penetrar en la cabeza de los dirigentes petristas de la región, quiero hacer una sola aclaración: no me extraña que los jóvenes estén engañados ante la beligerancia de Petro y se sientan seducidos por sus discursos inclusivos, igualitarios e incendiarios; al fin y al cabo el ímpetu de la juventud nos ha llevado a todos alguna vez a sentirnos atraídos ante las apariencias. Pero que personas adultas, con varias décadas encima y que fueron testigos de los comportamientos de su líder, se ofendan porque se les dice la verdad y se sientan insultados porque les recalcamos por comportamientos que hacen parte de la historia de Colombia, es un despropósito que solo puede estar llamado a servir de distractor y de argumento engañoso.
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Al César lo que es del César. El alumbrado de Manizales este año está espectacular. Es un orgullo ver la ciudad iluminada de esta forma y ver el espíritu de alegría y recogimiento que produce en sus gentes sentirse cobijadas por el Estado. ¡Felicitaciones!
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