La tensión que vive Venezuela tiene acorralada a la izquierda latinoamericana. El comunismo que hace apenas unos años se ufanaba con el poder que iba adquiriendo en esta región, hoy se ve disminuido, desesperado, agobiado y dando coces alocadas que terminan indefectiblemente pegando en blanco del mismo bando. Se podría pronosticar la muerte de otra dictadura a muy corto plazo, y con ella la agonía de la absurda mafia castrochavista que tiene sus mayores cómplices en grupos desestabilizadores, anárquicos e ilegalmente armados.
En Colombia, por ejemplo, las incoherencias izquierdistas encabezadas por Petro y sus camaradas, afloran cada día con mayor intensidad, y dan cuenta de un desespero que terminará consumiéndolos. Todos los días el petrismo amanece convocando una nueva marcha, y promocionando un nuevo disturbio. Todos los días se inventa una nueva causa y cada vez se ve más disminuida la masa. Todos los días salen a flote su resentimiento, su dolor por la derrota, y su sed de venganza por haber sido vencido en democracia con unos resultados inobjetables.
Por eso no es extraño ver a Petro convocando hoy a una marcha contra la “intervención militarista” de EE.UU. en Venezuela, cuando ha guardado silencio total ante la incursión de miles de militares cubanos en las tropas del ejercito venezolano adepto a Maduro; o instigar a manifestaciones en contra del fiscal general, Néstor Humberto Martínez, quien lo ha dejado a él y a las Farc en evidencia ante Colombia y la comunidad internacional, manifestaciones cada vez más lánguidas por lo absurdas y porque sus adláteres ya muestran cansancio al sentirse utilizados y manipulados.
Sí: el comunismo está desesperado. Porque se siente impotente al ver cómo su máximo líder regional se desmorona y pierde espacio, y cada vez son más los países que le cierran sus puertas a Maduro; más los países que bloquean económicamente ese régimen espurio; y más las regiones del mundo que desconocen el mandato del chafarote venezolano. Y esa pérdida de poder repercute directamente en quienes se han amparado en teorías inviables asistencialistas, que calan en una población castrada culturalmente y cegada ideológicamente por quienes se lucran de las instituciones para vivir como oligarcas, mientras despotrican de ellas; y viven como reyes, mientras pregonan pobreza, humildad e igualdad social.
Ya Colombia se salvó de un mandato petrista que nos tendría en igual depresión que nuestro vecino. Y aunque el empeño de Petro, Cepeda, Lozano, Robledo y sus camaradas de las Farc sea impedir que el gobierno de Duque recupere el país que nos dejó asolado Santos, el desastre que vive Venezuela es el mejor argumento para demostrar que el camino comunista no es el adecuado, y que el destino de esos regímenes es fatal, desolador y mortal. Es el mejor argumento para demostrarles a los marchantes, que son pagados con dineros de dudosa procedencia, que ese pan de hoy será hambre de mañana, y que el tiempo que hoy pierden en protestas inocuas será imposible de recuperar.
Por ahora nos tocará seguir viendo a Petro convocar manifestaciones diarias que se irán desvaneciendo hasta que lo veamos marchar solito, con su bandera del M-19, y algunos ancianos estudiantes universitarios, que llevan quince años en tercer semestre, aupando su marcha, pero con la imposibilidad física de quemar policías, destruir edificios públicos, pintar grafitis, incendiar buses y lanzar bombas. Es decir, sin la posibilidad de materializar el desfogue de su odio hacia todo, a costa de la vida de los ciudadanos decentes y del patrimonio público. Y sin destrucción, terrorismo, desorden, caos y perjuicios colectivos, ¿qué sentido tiene el Petrismo? Sí: ¡se va quedando solito!
Por eso es reconfortante lo que le está pasando al régimen de Maduro. No solo porque su salida significaría una esperanza de recuperación de un pueblo hermano, sino porque sería un golpe devastador para los comunistas-terroristas que han asolado nuestra patria durante años, amparados en la complicidad de una dictadura que, por fortuna, está en el ocaso.
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