Este país está que explota. Y se manifiesta en la tensa calma que vivimos; la incertidumbre que nos aqueja; el odio pronunciado; los rencores exacerbados; la crispación social; los ataques personales; la ruptura de amistades; las peleas entre familias; en fin, en que en todos los rincones de la Patria encontramos desavenencias, discordias y un ambiente cada vez más pesado.
Pero, ¿por qué? ¿Por qué de un momento a otro resultamos enfrentados, divididos y dispuestos a entablar disputas y alejados de la tolerancia que nos debe acompañar para vivir en armonía? ¿En qué momento se acabó la paciencia y cambiamos el respeto hacia las ideas ajenas, por la imperiosa necesidad de imponer las nuestras? ¿En qué momento cambiamos la unión familiar y de amistad por enfrentamientos políticos, y ya no soportamos a nuestros compañeros del alma?
Pues en el momento en que nos dejamos polarizar. En el momento en que, a pesar de que la gran mayoría rechazamos la pérdida de valores de la sociedad y la devaluación moral de nuestro país, nos dejamos enmarcar en bandos supuestamente opuestos que, en la práctica, son liderados por los mismos, para beneficio de los mismos.
¿Y a qué viene todo esto? Pues a que a partir de la marcha del 1 de abril (que en mi concepto fue apoteósica, nutrida, significativa y estimulante), vemos más marcada la división del país que, curiosamente, es entre buenos y buenos. ¿Por qué? Porque nos quieren vender la idea de que Colombia está dividida entre uribistas y santistas, marcados entre un bando que defiende a Uribe y ataca el Gobierno, y otro bando que ataca a Uribe y defiende a Santos. ¡Mentira! Primero, porque en Colombia no hay santismo: hay mermelada y burocracia. Y segundo, porque no todos los que rechazamos a Santos defendemos el uribismo. No solo las encuestas públicas determinan que el rechazo al presidente Santos es inmensamente mayoritario, sino que en las calles, en los círculos sociales, en las charlas de familia, en los encuentros de amigos y en los eventos masivos, existe un común denominador: el disgusto, el inconformismo y el repudio por el actual Gobierno Nacional.
Pero desde las tribunas oficiales nos han manipulado de tal forma que el único argumento que tienen quienes por instinto tratan de defender a Santos, es atacar a Uribe. ¿Que el gobierno Santos es corrupto? ¡Pero es que algunos ministros de Uribe están procesados por corrupción! ¿Que la salud está colapsada y que los desfalcos en el sistema son enormes? ¡Pero es que Uribe fue el autor de la ley 100! ¿Que el sistema judicial del país está degradado y doblegado a las Farc? ¡Pero es que Uribe implementó la ley de justicia y paz! ¿Que la mermelada penetró todos los rincones del país? ¡Pero es que Uribe entregó notarías para su reelección! Y así, nos encontramos con que el Gobierno puede hacer y deshacer (a su voluntad y a la de las Farc), y los antiuribistas le dan patente de corso con el único fin de desahogar su odio contra Uribe, aún rechazando a Santos.
¡Y esto es peligrosísimo! Porque tenemos un Gobierno muy hábil para utilizar los espacios que le damos, y un sistema totalmente permeado por personajes inescrupulosos dispuestos a aprovechar las oportunidades. Repito: este país está dividido entre buenos y buenos, quienes de un momento a otro resultamos odiándonos, atacándonos, hiriéndonos, y generando un espacio por el que transitan tranquilamente Santos, sus adláteres y sus camaradas farianos. Y resultaremos entonces gobernados por las Farc mientras en este campo de batalla quedaremos tendidos millones de colombianos buenos que cedimos a las manipulaciones orientadas desde los medios gobiernistas. Porque todo apunta a que esta supuesta paz consiste en perdonar sin límites a unos criminales que violaron la constitución, las leyes y asolaron el país durante décadas; y censurar, condenar y ejecutar a los colombianos de bien porque supuestamente somos uribistas y manifestamos el rechazo hacia Santos por medios democráticos y legales. Es la mayor inversión de valores. ¿Seguiremos cediendo a esa manipulación?
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