Durante muchísimos años fui admirador de Humberto de la Calle. Su carácter recio, su profundidad conceptual, su vastedad cultural y las maneras llenas de caballerosidad y decencia lo hacían un hombre digno de atención y consideración. Respeté su pensamiento de izquierda y su ejercicio político enmarcado dentro de la democracia. Y reconocí en él a esa persona portadora de una gran influencia política.
Pero la vida va girando, y en un país donde los valores son mutables, De la Calle entró a jugar un papel protagónico en el proceso de La Habana y terminó compartiendo los intereses macabros de ambos bandos. En principio, su presencia fue mostrada como carta de garantía en las conversaciones que se sostenían con los terroristas farianos, y como factor de tranquilidad para quienes mirábamos, con impotencia, cómo se maquillaba la verdad y se pactaba secretamente la entrega del país. Se podría decir que se nos vendió un De la Calle por sus inmensas virtudes, pero recibimos, en últimas, un disfraz para los intereses de los terroristas.
Y los resultados de las negociaciones nos llevaron a esta triste realidad, donde las Farc se adueñaron de los poderes del Estado y cada día amanecen con nuevas prebendas, facultades, prerrogativas y reconocimientos, mientras el resto de colombianos nos sumimos en la desesperanza, desasosiego e indignidad.
Pero, ¿por qué hablar de Humberto De la Calle? Porque María Carolina Giraldo en su columna del diario LA PATRIA del miércoles pasado, presenta una defensa acérrima de este precandidato liberal. A ella le asiste el derecho de expresar sus sentimientos, sus inclinaciones y sus intenciones de voto; ¡no faltaba más!. Pero al resto de ciudadanos nos asiste también el derecho de controvertir y de expresar nuestros puntos de vista. Por eso me permito transcribir, para controvertir, los siguientes argumentos de su artículo: “Mi voto en la consulta liberal será por Humberto de la Calle, por ser el precandidato presidencial que más me gusta: conocedor de lo público; defensor del mercado, de las libertades humanas, del Estado pequeño y eficiente; buscador de consensos, alejado de las maquinarias, la corrupción y el populismo que ha dominado la política colombiana.”.
Sí. Es tal vez uno de los hombres más conocedores de lo público en nuestro país. Pero, ¿defensor del mercado? ¿De cuál mercado? O, mejor: ¿del mercado de quién y para quién? Nuestro mercado actualmente está afectado por el terreno cedido a las Farc en todo el territorio nacional; está signado por el crecimiento de cultivos ilícitos; y está limitado por el dominio fariano en vastas zonas donde la violencia sigue siendo el modus operandi. Nuestro mercado está ligado a cómo nos miren en los otros países y hoy cunde la desconfianza por la presencia impune del terrorismo.
¿Defensor de las libertades humanas? ¡No! Nadie que se precie de defender las libertades humanas, podría haber transado con las Farc el entregarlo todo sin exigir siquiera la devolución de los secuestrados, ni la libertad de cientos de niños reclutados, violados y sometidos a las peores ignominias.
¿Defensor del Estado pequeño y eficiente? ¡Tampoco! Un Estado pequeño es aquel donde la burocracia no excede las necesidades reales, ni hay exceso de instituciones inútiles que se convierten en focos de corrupción y desgreño; y un Estado eficiente no puede ser aquel donde campea la impunidad, la desigualdad y el reconocimiento de derechos a los terroristas, mientras se persigue, se arrincona y se desprecia a los ciudadanos de bien.
¿Alejado de las maquinarias, la corrupción y el populismo? ¡Jamás! Ha militado siempre dentro de las maquinarias que lo han llevado a ocupar altísimos cargos dentro del Estado; y convivió con la corrupción y el populismo rampantes en las Farc y en el Gobierno, hasta el punto de proporcionar, para ellos, todo lo que se pactó en secreto y que terminó en la más descarada entrega de nuestra vida institucional a los peores enemigos del país.
De manera pues que, muy por el contrario de María Carolina, mi voto nunca podrá ser por De la Calle porque fue el gestor de este adefesio que el Gobierno llama paz y que, en realidad, es la claudicación de nuestra soberanía en favor del terrorismo.
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