Al ver cómo la inmensa mayoría de los actores políticos terminaron alejados de sus partidos y buscando toldo aparte, no puede uno dejar de pensar en el porqué y en las dificultades que afrontan quienes desangraron a Colombia durante los últimos 7 años.
Y todo tiene una causa: el presidente Juan Manuel Santos. Porque él es el político que hay que negar; el líder que hay que esconder; el gobernante de quien es un infortunio recibir visita; la persona que estorba en los partidos. Es, en nuestro lenguaje, la lechuga del plato: aquél ingrediente que se desprecia pero hay que tenerlo por protocolo; aquella legumbre insípida, de fácil descomposición y nido de babosas, pero indispensable en toda comida. Por eso las fotos que hace algunos años se exhibían con orgullo y que servían para que muchos individuos se ufanaran de una amistad presidencial, hoy reposan en baúles en los áticos, o se deterioran en húmedos sótanos. Porque ya es un desprestigio tener algún vínculo con Santos. ¡Pobre!
Y así lo entendieron los políticos. Por eso la proliferación de candidatos por firmas; porque aparte de utilizar este mecanismo como una campaña sin control de topes, ni sometimiento a estrictas reglas, muchos candidatos se quieren desprender del lastre que significa alguna relación con este Gobierno. Muchos quieren posar de independientes cuando vienen de tener un cordón umbilical férreo durante años con el presidente; y muchos quisieran borrar de sus archivos lo que hasta ayer fuera su mayor carta de presentación: el favor y beneplácito del Gobierno.
Yo pregunto: ¿cuál candidato utilizará en la próxima campaña para Congreso de la República o Presidencia la imagen de Santos? ¿En qué afiche o valla veremos a candidatos hacer alarde de la compañía del Presidente para afianzar sus electores? ¿Quién pregonará abiertamente algún nexo de amistad con el Gobierno? ¡Nadie! Ni siquiera las Farc que ya creen estar por encima del bien y del mal y posan de adalides de la moral y las buenas costumbres. Al contrario: para ellas, la peor desgracia es tener que reconocer que todo lo que hoy tienen y lo que lograron lavar, incluido su estatus y su poder, se lo deben al gobierno más desprestigiado en la historia de Colombia. La peor desgracia es que, a pesar de su soberbia, nunca su criminal nombre (que parece enorgullecerlos más que avergonzarlos) podrá separarse de esa sociedad que le dio su origen político formal: Farc-Santos.
Por eso es entendible que hasta candidatos de izquierda quieran usar el mecanismo de las firmas para tratar de mostrar independencia. Porque todos comieron de la mermelada santista; porque todos se beneficiaron de las medidas orientadas a beneficiar el comunismo (¿) fariano; porque todos contribuyeron a esta debacle.
Lastimosamente, como están las cosas, terminaremos apoyando la coalición que nos garantice que los propósitos de entronizar en el poder a las Farc no se materialicen, independiente del pasado político de los candidatos o de sus vínculos pretéritos con Santos. Lastimosamente vamos a terminar eligiendo a un candidato más que por nuestro gusto o cercanía ideológica, porque represente una talanquera a la desvergüenza fariana que se apoderó del país.
Es triste, la verdad. Porque deberíamos estar pensando en la renovación institucional y en la protesta social contra la corrupción. Pero la inminencia del acrecentamiento del poder de los vicios farianos dentro del Estado nos tiene acorralados. Porque nada nos ganamos con luchar socialmente contra la corrupción, si con ello les damos las ventajas electorales a los grupos que llevan años literalmente desangrándonos. Primero debemos asegurar que podemos conservar el estado democrático de derecho para, dentro de él, emprender la lucha contra la corrupción. Además, es poco lo que se puede hacer hoy cuando tenemos un congreso y una justicia mayoritariamente entregadas a Santos, y un Santos totalmente entregado a las Farc.
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