La noticia, que debería ser de gran trascendencia, no pasó de un anuncio simple en los diarios y en los noticieros del país: de la lista de los miembros de las Farc que se acogerían a la Justicia Especial para la Paz, hacía parte un buen número de narcotraficantes que querían aprovecharse de esta situación para reducir sus procesos a simples actos de guerra cobijados por esta nueva modalidad de impunidad. ¡Qué tal!
Y de ahí no pasó. El Gobierno Nacional, el Congreso de la República y los órganos de justicia han guardado un extraño silencio que ensombrece aún más todo el proceso sufrido desde hace cuatro años. ¿Será que este intento de los narcotraficantes fue a espaldas de las Farc? ¿No son ellas acaso las encargadas de determinar quiénes hacen parte del listado de miembros que se acogerán a la JEP? ¿No es éste un engaño más y una demostración de las verdaderas intenciones farianas?
Nadie, con un poco de sensatez, podrá creer que esto solo fue un desliz y un acto inocente de un grupo terrorista -que hoy tiene reconocimiento político-, y que los colados fueron producto del oportunismo aislado de narcotraficantes. ¡No señor! Las Farc han vivido del mundo criminal y gran parte de su soporte financiero está fincado en el narcotráfico; y para ello sus relaciones con los grandes capos tienen que ser estrechas, íntimas y permanentes. La base de su actuar está en los acuerdos entre bandidos y en la colaboración mutua que les permite operar organizadamente y bajo unas condiciones previamente determinadas. Y vienen ahora a decir que se colaron unos narcotraficantes en las listas de beneficiarios de la JEP, y las Farc no sabían. ¡Ja!
Pero lo grave de este asunto no es el hecho de que las Farc quieran beneficiar a sus socios, aliados y a quienes puedan mantener, en cuerpo ajeno, su estructura económica. ¡No! Ese es el comportamiento natural de quienes solo saben vivir del crimen, de las atrocidades, de la mentira y del terrorismo. Lo grave es, realmente, que para el Gobierno esto haya sido solo un desliz y un acto sin importancia; que haya sido una “locura” cometida por los muchachos farianos en su afán de legalizar sus actividades; que haya sido un acto nimio, inocente y desprevenido. Lo grave, en últimas, es tener que reconocer que la supremacía fariana es tal que no hay nadie dentro del Estado que tenga autoridad moral para recriminar estos hechos, ni nadie dentro de las instituciones que se atreva a elevar a sus reales proporciones el engaño cometido por un grupo que hoy tiene representación en el Congreso de la República y es catalogado ya como partido político.
¿Para dónde vamos entonces? ¿Qué podemos esperar? ¡Nada bueno! Estamos en un mundo de engaño, falacia, mentira, embuste y total resignación. Porque ahora todas las atrocidades que se cometan dentro del grupo político de las Farc, serán indefectiblemente consideradas como actos de los colados; así como ya están siendo considerados los ataques terroristas, el tráfico de narcóticos, los atentados y las violaciones legales en todo el territorio nacional como actos de la disidencia de las Farc. Y entonces, mediante apreciaciones deliberadamente ligeras, exculpan por anticipado a los terroristas y limpian sus acciones perversas considerando, casi de oficio, como realizadas por actores ajenos.
Y si a esto le sumamos la degradación institucional de la justicia, la corrupción en los poderes públicos, y la entrega sumisa a nuestros peores enemigos, vemos con tristeza cómo un país que hace apenas unos años estaba lleno de esperanzas, hoy se debate entre la debacle, la destrucción moral y la pérdida de valores. Quedamos convertidos en un país dominado por la perversidad y obligado a soluciones radicales que se tendrán que tomar en las próximas elecciones. Porque de no hacerlo quedaremos indefectiblemente dominados por colados y disidentes que no son más que los mismos terroristas actuando bajo el escudo de una protección otorgada por el propio Estado.
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