Crecí siendo lo que llaman “el nerd del salón” en el colegio. No me gustaba hacer trampa en los exámenes ni pasarle copia a los otros compañeros. Me gané el título de mala gente y bobo. Algunos años después, siendo docente en la universidad, dos de mis alumnos reprobaron la materia porque la calificación de su examen fue cero al copiar textualmente las respuestas uno del otro. De nuevo fui llamado mala gente por ser “tan severo” con ellos. En la cultura popular colombiana es claro que hay una firme recompensa social a aquel que es “vivo”. Que aprovecha las oportunidades para llevarse por delante al “bobo” y sacar adelante sus intereses particulares. Asimismo, se recrimina socialmente a quien opta por hacer lo correcto. Esta cultura “legitima” la corrupción de la vida diaria. ¿Si otros lo hacen por qué yo no?
Ahora que las noticias sobre corrupción han reemplazado los hechos violentos a los que estábamos acostumbrados, nos sorprendemos por lo que “otros hermanos colombianos” le hacen al país: robar la plata de la alimentación escolar, desfalcar los grandes proyectos de infraestructura del país o recibir dádivas a cambio de favores políticos. A los jóvenes no nos pasan estos hechos desapercibidos. Primero nos generan frustración y desilusión hacia nuestro país. Pero también lo vemos como un resultado de las prácticas diarias de los colombianos.
Los jóvenes crecemos con un pésimo ejemplo. El reconocimiento al culto a la viveza desde temprana edad y en los contextos donde crecemos: El colegio, la familia, el círculo de amigos, las prácticas deportivas. Me refiero a la práctica cotidiana de acciones que favorecen los intereses particulares sin importar las repercusiones negativas para la comunidad (una persona o muchas). Estos incluyen el fraude, el “hágale que nadie se da cuenta”, el plagio de ideas, los sobornos para recibir beneficios y muchos más.
Como consecuencia nuestra cultura colombiana considera que hay niveles aceptables de “avivato” y de prácticas ilegítimas a las cuales estamos sometidos como parte de la sociedad y el sistema. Y este imaginario pasa de adultos a jóvenes en un círculo vicioso y, en vez de recibir recriminación social, recibe espaldarazo social.
¿Qué tal si entonces nos atrevemos a pensar y nos atrevemos a cambiar? Primero, no esperemos que la corrupción rampante de las noticias diarias sea derrotada por otros. No. Esa corrupción es derrotada desde nuestros actos diarios, en las acciones simples. Para los adultos que ocupan posiciones de visibilidad social (profesores, jefes, gobernantes) no entren en la cultura de todo vale y reconozcan que muchos los están viendo como modelo. Para los jóvenes (Que claro que también tenemos responsabilidad) es nuestra decisión aceptar continuar el círculo o romperlo. Pero estoy seguro que los jóvenes “no queremos estar en la fábrica de errores, nos atrevemos y preferimos pensar” (Citado de “La fábrica de errores” canción del grupo de rap antioqueño Alcolirykoz).
Nota final: El conocimiento del ser humano cada vez alcanza niveles más especializados. A su vez, este nivel de especialización crea más brechas de diálogo. ¿Cuál es entonces el escenario común de encuentro sin importar nuestras áreas de saber? Es el acuerdo de valores, la ética, la base de interacción. No la olvidemos. Esa trasciende a cualquier rol u oficio que desempeñemos.
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