A raíz de los recientes deslizamientos ocurridos en Mocoa y Manizales originados fundamentalmente por el maltrato a la naturaleza, mucho se ha especulado acerca de las construcciones que son factibles en las ciudades sin vulnerar el medio ambiente ni poner en riesgo la vida de la gente.
Hay, por supuesto, voces documentadas interesadas en la preservación del territorio, que plantean el debate respaldadas en estudios serios y en convicciones forjadas a lo largo de su historia, pues muchas de ellas han sido testigos de la reacción airada de la naturaleza cuando se vulneran sus principios rectores, pero también hay, y son los más, “necesitados” de protagonismo o de réditos políticos que lanzan diatribas a diestra y siniestra enarbolando banderas contra la corrupción, el daño ambiental, la precariedad de la planeación, el desgobierno, erigiéndose ellos como salvaguardas del orden institucional o aprovechando el “papayazo” del momento para mantener viva la sed de “sangre” consecuencia de la polarización que ha sido el común denominador de los últimos años en Colombia.
Una patología que ha infectado todas las capas de la sociedad manifestándose en peligrosas reacciones contra todo lo que no coincida con su forma, muchas veces enfermiza, de pensar. He visto relaciones familiares y amistades de largo tiempo afectadas “de muerte” por posiciones divergentes, compañeros que lo paran a uno en los supermercados o en la calle para reclamarle “enfurecidos” por no pensar políticamente como ellos, una pandemia que viene socavando los más elementales principios de la convivencia en sociedad.
Y hablando de acusaciones incendiarias, hace unos días un “honorable” concejal se rasgaba las vestiduras mientras denunciaba el “negociado” sucedido en la administración del alcalde Néstor Eugenio Ramírez cuando en un ajuste al POT se decretó el sector de La Aurora como zona de expansión urbana. Las voces de apoyo no se hicieron esperar, videos en la red con fotografías de daños ambientales, ojo, perpetrados en otro lugar, como si fueran en La Aurora, artículos de prensa, grupos que sin mayor o ninguna información técnica se sumaron a la causa, dicen que incluso se buscó a Greenpeace para que intercediera ante el irreversible atentado contra la naturaleza que está a punto de perpetrarse en Manizales.
En dicha administración y por iniciativa de la secretaria de Planeación, conmigo a la cabeza, atendiendo conceptos que se venían barajando de tiempo atrás, se decretaron tres zonas de expansión urbana: El kilómetro 41, sencillamente porque la Troncal de Occidente y el ferrocarril del mismo nombre iban a pasar por allí, la carga del Valle de Aburrá destinada al puerto de Buenaventura atravesaría ese lugar habilitando la zona para un indiscutible desarrollo industrial; La Zona del Rosario, porque con la construcción del Aeropuerto del Café la ciudad tenderá a expandirse en ese sector y La Aurora, porque su geomorfología y la aptitud urbana de sus terrenos la hacen apta para la construcción de vivienda, en una ciudad con escasos espacios de crecimiento. La iniciativa pasó todas las esclusas que determina la ley: Corpocaldas, Consejo Territorial de Planeación y el Honorable Concejo Municipal; contó con el aval de las agremiaciones de ingenieros y arquitectos con quienes se discutió la propuesta, que fue ratificada en la posterior administración con los mismos argumentos y por las mismas instancias.
Se puso como condición para el desarrollo de cualquiera de estas zonas el diseño de un Plan Parcial, una herramienta de planeación que concibe el diseño urbano de manera integral: Respeto por las condiciones ambientales, espacio público en relación al número de habitantes, atención a la movilidad articulada al del resto de la ciudad, reparto equitativo de las cargas y beneficios, entre otras muchas consideraciones urbanas.
El Plan Parcial de La Aurora requirió para su diseño y aprobación de siete años de trabajo, hombro a hombro con Corpocaldas, ambientalistas, biólogos, expertos en urbanismo, arquitectura y movilidad; su estructura urbana destina el 67% del territorio es decir 236.192 metros cuadrados a la siembra planificada de bosques y de zonas verdes encargados de preservar los ecosistemas y de estimular el crecimiento de especies nativas de flora y fauna, está dotado con 17 metros cuadrados de espacio público por habitante versus los 4 que tenemos en la actualidad, sobrepasando además las metas del POT que son de 15 metros.
Un ejemplo de cómo hacer ciudad, una puesta en escena que por su coherencia abrirá la puerta para futuros desarrollos urbanos, tenemos por ejemplo el sector de Hoyo Frío, la Palma, nuevamente el kilómetro 41, el Rosario y muy especialmente el Macroproyecto San José que están a la espera de resultados exitosos. No podemos seguir construyendo la ciudad con una concepción premoderna de la planeación como lo estamos haciendo en la actualidad.
Una ciudad “discontinua” como la nuestra donde la naturaleza emerge airosa entre los espacios urbanos, allí están Monte León, Los Yarumos, Los Alcázares; una ciudad que linda por donde se le mire con espectaculares reductos de bosques nativos que conviven en paz con enormes zonas residenciales como toda la franja de la ciudadela del norte, La Francia, las inmediaciones del parque de Los Yarumos o Monte León, no puede negarse la posibilidad de crecer conforme a la planificación contemporánea al echar por la borda un trabajo interdisciplinar llamado a constituirse en prototipo urbano, para satisfacer la voracidad de unos cuantos políticos que incluso se han negado a que se les explique el contenido del plan.
El Plan Parcial de La Aurora ha sido un laboratorio de reeducación para todos los que han invertido su conocimiento en función entre otras cosas, de salvaguardar uno de los patrimonios más ricos con que cuenta la ciudad como es el reducto de fauna y flora conocido como Río Blanco.
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