Uno de los mayores problemas que enfrenta Colombia es la disparidad entre el campo y la ciudad en temas de progreso social y reducción de la pobreza. Muchas personas, especialmente las nuevas generaciones, no ven una alternativa en el campo y migran a las ciudades, así lo demuestra que mientras en 2004 vivían siete millones de personas en la zona rural, ahora son solo cinco; además, el campo está envejeciendo, pues mientras hace diez años el 64% de las familias rurales tenían menores de 15 años, hoy solo la mitad de las familias los tienen; en contraste, la presencia de adultos mayores ha aumentado de 30 a 39,5%, según el último Censo Nacional Agropecuario (2014).
Es allí donde el emergente turismo comunitario se alza como una alternativa de sustento económico en las zonas rurales, donde las comunidades se autorganizan y comparten con turistas su patrimonio cultural y natural. Esta propuesta gana fuerza debido al aumento de turistas extranjeros en Colombia que ha venido batiendo récords, pues mientras en 2010 llegaban unas 2,6 millones de personas, en 2017 llegaron 6,5 millones (Ministerio de Cultura y Turismo, 2018).
Las virtudes del turismo comunitario son muchas. En primer lugar está que es una fuente de ingresos para comunidades locales, donde el principal atractivo turístico es su riqueza natural o cultural, por lo cual no se requiere de grandes inversiones ni de transformaciones en los modos de vida. Justamente el valor agregado está en experimentar el día a día de esas comunidades, tal cual como son. Esto obliga a los lugareños a recuperar y preservar el patrimonio cultural y natural, pues es el corazón del producto turístico. Como el encadenamiento es también un punto angular en este tipo de turismo, en él tienen cabida variadas actividades económicas que se complementan como la artesanía, el senderismo, la gastronomía, la hotelería, la agricultura y la producción pecuaria.
No se trata de un grupo de particulares, cada quien por su lado, intentando hacer dinero. Ante los peligros del turismo invasivo, que privilegia el crecimiento económico sobre el social, el turismo comunitario implica la organización y participación de todos los actores locales donde se representan los intereses de quienes pueden sufrir las consecuencias de un turismo mal gestionado.
Las nuevas generaciones juegan un rol fundamental en esta economía. Como turistas, por un lado, son más conscientes de un consumo responsable social, ambiental y culturalmente y, por otro lado, le dan más valor a las experiencias vitales por encima de la acumulación de bienes materiales como un carro o una casa. Mientras que como oferentes, el proyecto de vida de un joven en el campo se vuelve viable y cobra un valor social que antes era denigrado.
Hoy existen muchas iniciativas de turismo comunitario que podemos apoyar. En Manizales podemos encontrar la Cuchilla del Salado: Pueblito manizaleño y la Ruta del Cóndor. Y ahora mismo, en Caldas, se adelanta el Proyecto del Oriente y Magdalena caldense que integra a ocho municipios, donde se puede encontrar atractivos como la Laguna de San Diego, el Volcán Escondido, la presa de Pantágoras, entre otros.
Antes que esperar extranjeros, nosotros deberíamos ser los primeros en apoyar este tipo de turismo experiencial, lo mismo que apoyar los proyectos de vida de los jóvenes que le apuestan a quedarse y apropiarse de sus territorios rurales. Llamado que también se extiende a los gobiernos que pueden apoyar estas iniciativas desde las políticas públicas.
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