Imagínese, estimado lector, que un día abre los ojos, mira a su alrededor y hay un grupo de gente con lágrimas en los ojos, que parecen sonreír y llorar a la vez, mientras dicen: “ya despertó, abrió los ojos”. Pero usted no reconoce a nadie. No recuerda nada: por qué está ahí, cómo se llama, cuántos años tiene. No sabe “quién” es usted. Y este es el punto: los seres humanos “somos”, en gran medida, pasado y recuerdos. El futuro no existe más allá de los planes que hacemos en el presente y el presente no es otra cosa que el pasado más inmediato que hemos vivido. La identidad del ser humano es un puñado de cosas pasadas: el lugar donde nacimos o crecimos, la familia a la que pertenecemos, los sitios que hemos visitado, la guerra que tuvimos que sufrir, la música que hemos escuchado, los buenos y malos momentos, todo eso, esa historia personal, es nuestra identidad y quiénes somos. Si un día despertáramos sin recuerdo alguno, no seríamos más que el pasado en la historia de otros.
Nuestra historia personal es fundamental en nuestras vidas, nos da nuestra identidad, un lugar en el mundo y también un piso a partir del cual tomar decisiones en el presente y proyectar un futuro. Algo similar sucede con una comunidad, una sociedad, una nación o un país. Sus hitos fundacionales, las guerras que las han desangrado, los avances sociales, toda esa historia es un hilo invisible que une a sus miembros y les permite cooperar para enfrentar colectivamente sus problemas. Si no me creen, pregúntenselo a los judíos, a los kurdos, a los arhuacos o a nosotros mismos los manizaleños.
Una de esas comunidades es la Cuchilla del Salado, la última vereda al norte de Manizales. Alguna vez fue el primer camino de los colonizadores que fundaron esta ciudad y desde 2011 es una de las 411 veredas que conforman la zona principal del Paisaje Cultural Cafetero de Colombia. Nuestra historia y patrimonio cultural nos ha permitido reconocer nuestro pasado y nuestra identidad común y nos ha dado un importante factor de unión y de cooperación para enfrentar nuestros problemas más acuciantes, como la crisis del café. A través del impulso de proyectos de turismo comunitario preservamos nuestro patrimonio, lo compartimos con otras personas y se generan fuentes de ingreso alternativas. Ahora mismo, por ejemplo, un primo mío trabaja en uno de los emprendimientos y allí obtiene el dinero de sus pasajes para ir a la universidad a estudiar ingeniería agronómica.
Toda la historia de este hermoso lugar la puede encontrar en un libro que publiqué a principios de este mes llamado “Al filo de la montaña: historia de la Cuchilla del Salado”, que no es otra cosa que la historia del mismo Paisaje Cultural Cafetero tejida a partir de una de sus veredas, lo cual trasciende sus pequeñas fronteras. Aun si no tiene la oportunidad de leerlo, lo invito a retomar las reflexiones con las cuales empecé esta columna en el sentido de investigar, reconocer y rescatar su propia historia personal, pero más allá de ello, la historia de su familia, su barrio, su vereda, su ciudad y su país. No importa si ha sido sufrida o feliz, allí puede estar la clave de su estabilidad individual y la razón para cooperar con otros seres humanos.
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015