El viernes 8 de marzo, a la 1:45 p.m., en el Cable (Manizales). La violencia letal del machismo cobró la vida de Mateo Franco. Mateo esperaba a su novia en la salida de la Luker, cuando un sujeto se les acercó y les pidió dinero. Ellos no accedieron a la solicitud; ante la negativa el sujeto le echó un “piropo” a la novia de Mateo. Mateo le reclamó y la respuesta del sujeto fue el lacónico, pero cargado de contenido: “es que soy hombre”; en el acto desenvainó un cuchillo que atravesó de pecho a espalda a Mateo. Le arrebató la vida; su corta vida. La cuestión es que tanto Mateo como su agresor se sentían obligados a hacerlo por el hecho de ser varones.
A cincuenta pasos del lugar donde respiró por última vez Mateo, los colectivos de mujeres y feministas ejercíamos nuestro derecho de aparición público en la plazoleta de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional, en el marco de la conmemoración del día internacional de la mujer trabajadora, bajo la consigna “juntémonos”. Lo anecdótico de esta trágica historia es que nuestro reclamo implícito “es que somos mujeres”. Cuando llegué al sitio de encuentro, nadie se había percatado de lo acontecido solo dos horas antes. Me enteré, porque recibí una llamada de mi madre -justo cuando me encontraba en la plazoleta, atándome al cuello mi pañuelo violeta de “Ni una Menos”-. Mateo era el hijo de la actual pareja de mi madre. Hasta ese momento, no se tenían mayores detalles sobre lo ocurrido.
La cercanía de esta tragedia me hace reflexionar en lo imperceptible y letal que puede llegar a ser la violencia machista cuando se ejerce sobre los hombres: en este relato, el “inofensivo piropo” le costó la vida a Mateo. El ideal regulativo masculino le susurró al oído que “debía hacer respetar a su novia”, y él, sin pensarlo dos veces, así lo hizo. Mateo, para su desgracia, no sabía que el ideal regulativo masculino también se había apoderado de su agresor; quien, por el poder performativo que le confiere el imperativo “es que soy hombre”, se creyó con el derecho de arrebatarle la vida, clavándole un puñal en el pecho.
La noche anterior dialogaba con tres amigas feministas en Clandestino para direccionar los ejes de nuestra intervención en el marco del “Carnaval de la Resistencia”, el mismo de la Plazoleta del Cable. Entre charla y cerveza surgieron algunos puntos de desencuentro. Nos ocupó largo rato uno: ¿Concebimos el feminismo con la presencia de hombres? Asunto que desencadenó una acalorada discusión por más de una hora. Mi argumento no se hizo esperar…
Las luchas feministas deben darse junto a los hombres que asumen un compromiso político con la causa feminista. Porque, en últimas, las mujeres y los hombres somos hijos del mismo sistema político, económico y cultural de tipo heteropatriarcal, machista y misógino que nos explota a ambos, por supuesto, en diferentes grados.
A las mujeres se nos aniquila, en la mayoría de los casos, por razones diferentes por las cuales asesinan a los varones; de ahí se puede afirmar que estamos doblemente expuestas a las múltiples formas de violencia. Así, por ejemplo, en condiciones de presunta normalidad estamos expuestas a la delincuencia común (homicidio, hurto, secuestros extorsivos, etc.). Estas conductas delictuales se exacerban en las precisas condiciones de existencia precarizada de nuestros tiempos. Además, somos el blanco de otro tipo de violencia específica que se ejerce sobre nuestros cuerpos; tanto en la esfera pública (p.ej. trata de personas, prostitución forzada, violaciones, lesiones personales, tentativas de feminicidio, desfiguraciones con ácido, acoso callejero etc.), como -y a mi parecer, más grave aún- en la esfera privada (maltrato físico, psicológico, abuso sexual, violencia letal, por parte de familiares, parejas o exparejas, conocidos). Esta segunda faceta de violencias se encapsula en el bien conocido “por el hecho de ser mujeres”. Por ello mismo nos manifestaríamos en contra de esa violencia, por el hecho de ser mujeres.
Señalé que el enemigo a combatir no son los hombres, por el hecho de ser hombres, sino la estructura jerárquica subyacente a la división sexual, ya que privilegia e impone mandatos a la condición de varón, en detrimento de la de mujer. Mateo al igual que muchos hombres -gústenos o no- también son víctimas de la violencia letal y machista que azota nuestra existencia. Mateo pagó el privilegio de ser varón con su propia vida… Mateo podía manifestar el reclamo emancipador con nosotras -con todas nosotras-, pero la violencia letal del machismo segó su vida minutos antes de hacerlo.
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El enemigo a combatir no son los hombres, por el hecho de ser hombres, sino la estructura jerárquica subyacente a la división sexual.
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