Observando la situación que vive Venezuela, dista de la patria que soñaron Simón Bolívar, Francisco Miranda, Simón Rodríguez y Andrés Bello, entre otros. Por las venas del vecino país ya no corre petróleo, sino la sangre de sus conciudadanos quienes reclamando libertad, mueren en las calles masacrados por las tropas del Estado.
Una crisis de carácter institucional, por el caos económico y político, debilitó el aparato productivo y en el año 1999 llegó Chávez, elegido por un pueblo cansado de la inoperancia y corrupción de los partidos políticos.
Un país con 300 mil millones de barriles de petróleo en reservas, otorgaba beneficios y subsidios, generando un colapso por la incapacidad de mantener el desbordado ritmo de gastos, ante la caída de los precios del petróleo. Buscando el populismo político, Maduro incrementó la irrigación de dinero circulante, causando efectos inflacionarios. Para el año 2016 el Fondo Monetario Internacional, calculó la inflación de Venezuela en 475%, con una caída del PIB por encima del 10%, un desempleo en el 2016 del 17% y calculado para el fin de este año, en el 20%.
Pero estas cifras se conocen por parte de los organismos oficiales, distinto es la tendencia alcista y el desbordamiento de los precios que superan el 1000% en el año anterior.
La emisión de dinero y el endeudamiento, son los mecanismos utilizados por Maduro para sortear la crisis, pero lo que está propiciando, es ahondar el caos y la reacción del pueblo con las protestas en las calles envueltas en violencia, desórdenes, muertes y parálisis productiva.
Mientras internamente Venezuela gravita en la legitimidad de la Asamblea Nacional de diputados elegida en el 2015, dominada por la Mesa de Unidad Nacional o grupo de oposición que ha controlado las propuestas del presidente por su mayoría aplastante, surge la convocatoria de una Asamblea Constituyente elegida fraudulentamente, para cambiar la Constitución vigente por otra que se acomode a los intereses de un puñado de sátrapas, quienes buscan la permanencia como timoneles de los rumbos del Estado. Mientras tanto el pueblo agoniza ante la ignominiosa actitud de un dictador rodeado por un grupo de chafarotes privilegiados por el régimen, respaldando las criminales decisiones de aquel que los colma de favorecimientos, a cambio de un silencio cómplice y de la traición a sus juramentos como militares, de una Nación que ahora espera mucho de ellos.
Para los países interesados en la política petrolera, Venezuela no puede ser un pozo más ubicado en el norte de Suramérica. Allí hay seres humanos, conciudadanos con principios e ideales que están por encima, de las conveniencias del entramado de los intereses internacionales del petróleo. Se habla de bloqueo comercial, de invasión, de confiscación de activos en la banca internacional, de recurrir a la Corte Penal Internacional, a los organismos de Derechos Humanos, pero lo único que se percibe es el fortalecimiento del régimen, el agravio general por parte de sus representantes, la inmunidad de un dictador que abusa de la misma manera de propios y extraños, violando la justicia y lo poco ético existente en el vecino país.
Es triste conocer como en pleno siglo XXI ante la mirada de la comunidad internacional, en Venezuela unos asesinos imponen su voluntad y consolidan una hegemonía construida bajo el manto de la ilegalidad y el desfalco de una economía que brilló en una época en Latinoamérica.
Para el colombiano de a pie, Venezuela no puede seguir siendo el referente del país de reinas, orquestas intérpretes de nuestra música y el boom de la industria petrolera. Debe ser el espejo donde Colombia debe mirar lo que nos puede ocurrir, para no llegar a incurrir en similar descalabro. Dice un viejo refrán: “Cuando vez rasurar la barba de tu vecino, pon a remojar la tuya”,
Ojalá en un futuro no lo tengamos que vivir.
Resulta curioso volver a los golpes de Estado tan típicos de la América tropical, donde por años se ha consolidado la democracia, el respeto a las instituciones y a la ley, pero hoy sectores de derecha e incluso de izquierda, claman por una intervención golpista en el vecino país, al ver muy distante la transformación favorable de lo político, económico, social y lo ético.
Dos coyunturas finales son el futuro de quienes han desangrado la Nación en lo económico y en lo humano. No va a ser fácil convencer a Maduro y sus secuaces, de las responsabilidades que tienen por los atropellos cometidos por su mandato; pueden terminar entre rejas sus últimos años de existencia. Lo otro es lograr que quien llegue tenga espíritu negociador, para buscar una reconciliación entre los hermanos venezolanos quienes han estado durante muchos años enfrentados como simpatizantes u opositores del régimen.
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