A pesar de ser un tema recurrente por estos días, se conocen a diario situaciones preocupantes y conmovedoras. Más de tres millones de venezolanos han pisado suelo colombiano durante la crisis que atraviesa nuestro vecino país; unos de manera pendular, es decir, yendo y viniendo de manera frecuente; otros de manera definitiva, buscando instalarse en algún rincón de nuestra patria y algunos, utilizando a Colombia como tránsito para viajar a los países del sur o Centroamérica. Hay registro de 1,2 millones de venezolanos en nuestras ciudades; de estos, el 24% se ubica en Bogotá y el resto se concentra en ciudades de la costa y del interior, formando colonias de hermandad que luchan por subsistir gracias a la solidaridad del pueblo colombiano.
Pero esta situación debe analizarse con más detenimiento. Es cierto que llega gente muy trabajadora, preparada, con deseos de instalarse en nuestro entorno, condición aprovechada por inescrupulosos empleadores quienes por ser migrantes, les pagan salarios bajos con jornadas extensas. Los encontramos en el sector hotelero y restaurantes, lavaderos de carros, parqueaderos y estaciones de servicio; en los semáforos forman contingentes de vendedores de frutas, dulces y billetes de los depreciados bolívares.
Vemos por las carreteras troncales de los principales ejes viales, desfilar a la vera del camino interminables filas de ciudadanos buscando la salida hacia el sur. Ecuador, Perú, Bolivia y Chile, empiezan a congestionarse con la presencia en sus puertos fronterizos de hermanos venezolanos errantes, sin patria, con la esperanza de encontrar un nuevo suelo que los acoja y un horizonte que les cobije.
Tengo la convicción de las necesidades de estas personas, pero algunos críticos aseguran que es la exportación de la Revolución Bolivariana, la cual sistemáticamente va penetrando en el territorio latinoamericano. Seguro en esta inmensa migración vienen desadaptados y delincuentes seguidores del ideario de los dictadores Chávez y Maduro. Por eso, el llamado del gobierno colombiano a los organismos multilaterales, denunciando la necesidad de acoger esta situación como un problema o conflicto de países miembros, es acertado. Lo que resta es la atención que le presten a este llamado. El mundo tiene el ejemplo de los refugiados de Siria esparcidos por Europa, Asia y África, con el gran drama que conlleva su lamentable situación, producto de los vestigios dejados por la guerra. Sin embargo, los pronósticos de la situación de Venezuela son más críticos. Estamos en la etapa de cuenta gotas, pero ¿qué va a pasar cuando explote la crisis venezolana y se declare una calamidad humanitaria? A Colombia le corresponderá por vecindad recibir todas las solicitudes de asilo y amparo que se presenten en la extensa frontera con el vecino país.
Quienes escuchan las palabras del dictador Nicolás Maduro, comprenden que no hay solución. Venezuela en manos de este siniestro personaje y sus secuaces, no tiene presente ni futuro; sus propuestas son cantinflescas y sin ninguna argumentación seria y factible. El limítrofe país cada día se hunde, arrasando la dignidad de un pueblo que en el pasado tuvo con las mieles de la opulencia petrolera, los mejores indicadores de vida de América Latina. La cuota de sangre y sacrificio ya la colocó la oposición al régimen; la dirigencia contradictora desde las mazmorras y fríos calabozos espera la intervención de la comunidad internacional a través de oficios diplomáticos o acciones militares. Han tardado los Cascos Azules en hacer presencia en Venezuela, para salvar la vida de sus pobladores. ¿Acaso la importancia del petróleo en su suelo lo hace intocable a los intereses de quienes deciden en los organismos multilaterales?
Mientras continúa el éxodo de los hermanos venezolanos, mantengamos el espíritu solidario típico de nuestro pueblo. Ancianos, mujeres y niños deben contar con una esmerada colaboración dentro de principios humanitarios, respetando por supuesto la condición de nuestros connacionales y la soberanía de nuestro territorio.
Serio compromiso para el presidente Duque en un conflicto donde se conjugan retos y soluciones bien complejos, política internacional, nulas relaciones de vecindad con la dictadura, problemas de seguridad y asistencia social internos, costos y financiación de la ayuda humanitaria, medidas diplomáticas para atender la población inmigrante, plan estratégico para contrarrestar los efectos ocasionados en Colombia ante una eventual caída del régimen venezolano, son parte de los puntos de la agenda en un problema de esta magnitud.
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