Durante muchas décadas la Costa del Pacífico colombiano, ha estado marginada y en total abandono por el Estado, a pesar de tener en sus 1.300 kilómetros de playas y manglares, todas las posibilidades. En la gran extensión de sus selvas húmedas, pertenecientes a Chocó, Valle del Cauca, Cauca y Nariño, encontramos una inmensa despensa de recursos y riquezas en oro y platino, pesca, reservas forestales, cultivos y ganadería. Grandes afluentes bañan las regiones de los ríos Atrato, Baudó, San Juan, Mira, Patía, brindando un variado potencial de riqueza hídrica permanente, por estar ubicados en una de las regiones de mayor precipitación pluviométrica del mundo.
Cerca de 1,3 millones de habitantes, donde el 90% son afrodescendientes, el 7% son indígenas del grupo Embera en su mayoría y el resto colonos, blancos y mestizos, luchan por subsistir entre la más extrema miseria y resignación.
Tradicionalmente fue un territorio de paz; población sumisa, tenida en cuenta en las campañas electorales, con malos representantes y pésimos administradores de lo público a nivel regional, escenario propicio para aplicar todas las artimañas de la corrupción y un cúmulo de factores que inciden en el progreso de esta importante región.
Pero en la última década, la Región Pacífico se convirtió en tierra de actores del conflicto armado. Guerrilla, paramilitares, cultivos ilícitos, minería ilegal, laboratorios para procesar narcóticos, rutas de salida de coca, marihuana y entrada de precursores químicos; puertos de desembarque y caminos para la llegada de armamento y municiones de los grupos al margen de la ley. Todos estos factores convirtieron esta parte de Colombia en algo que preocupa por la afectación que están teniendo sus habitantes.
El malestar que vienen manifestando los pobladores de Quibdó, Buenaventura y Tumaco, es el inicio de una confrontación donde muchos ingredientes pueden convertirse en una bomba de difícil manejo, pues son muchos los intereses que se encuentran en juego y el país no atraviesa el mejor momento para atender un problema de esta magnitud, donde se tocan aspectos muy complejos.
Recordemos que la Región Pacífico tiene relaciones limítrofes con Panamá y Ecuador. Mal haríamos en deteriorar nuestra vecindad con estos dos países por nuestros problemas internos; ya con el de Venezuela tenemos.
No solo con los indicadores económicos podemos verificar el marginamiento que tiene esta región del resto del país. La vía Pasto Tumaco, Cali o Buga Buenaventura, Medellín Quibdó, Pereira Tadó Bahía Solano y la proyectada vía Popayán Guapi, son un anhelo de los pobladores de estas zonas, pero por años siguen convirtiéndose en promesas de entusiasmo electoral.
El Chocó con el apoyo de Caldas ha tratado de impulsar el proyecto del Puerto de Tribugá, el cual pretende descongestionar la operación de Buenaventura y adicionalmente, ofrecer servicio portuario para las naves que transiten por el Pacífico suramericano, esfuerzos que llegan a un punto donde todo interés del Gobierno Nacional desaparece.
Ojalá este trato discriminatorio no obedezca a una actitud donde después de siglos se pretenda regresar al oscurantismo que reinó en la época de la esclavitud, desconociendo como los colombianos negros son nuestros hermanos, tienen los mismos derechos y viven bajo el mismo cielo de nuestra amada Colombia.
Lástima que los campesinos, los transportadores, los maestros, el poder judicial, los estudiantes universitarios y los empleados de la salud tengan que recurrir a las reiteradas protestas por el autismo y la indolencia de quienes tienen la responsabilidad de darle solución a los problemas públicos.
Las peticiones son seguridad, servicios públicos, salud, educación y vías; las mismas de toda la vida. Ya se cansaron de las promesas, con la diferencia de contar ahora con agitadores profesionales empeñados en generar más caos y grupos armados interesados en sacar provecho de esta confrontación, por la crisis que termina deslegitimando las acciones del Estado.
En este extenso territorio del Pacífico colombiano solo conocemos lo que ocurre en las grandes poblaciones que han dado un grito de súplica y rabia, pero ¿qué estará pasando con las comunidades a lo largo de la extensa y espesa selva, esperando la reivindicación de sus derechos en medio del abandono y la desesperanza?
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