Se propone ahora que cada pueblo tenga un bosque. De mi remota infancia recuerdo la enseñanza de sembrar un árbol, incluso tengo memoria de un 12 de octubre en el que en la Escuela General Santander de Riosucio nos impusieron la tarea de cumplirlo.
En la madrugada de un martes de noviembre pasado, una tormenta con fuerte viento azotaba los árboles de un parque al lado de mi apartamento, el espectáculo era fascinante, cuando más arreciaba el viento el sueño me venció. Al día siguiente en un amanecer con algo de sol, lo que no es extraño después la lluvia o las nubes escondan su presencia y nos quiten su calor, con razón alguien decía: - qué el sol sale todos los días es evidente, aun cuando muchas veces no lo vemos ni percibimos su existencia-. Al abrir la ventana para contemplar los pájaros, en especial tres, cuatro y hasta seis carpinteros que todos los días se posan sobre las ramas cercanas, con horror contemplé que el árbol había caído fruto de la tempestad, pero también por falta de atención, venía en un proceso de decadencia y sus ramas y su verdor se fueron perdiendo paulatinamente, aunque los pájaros diariamente se posaban en ellas. Su caída se une a las de tres más, que ocurrieron en años anteriores y a las que vendrán después ya que algunas muestran rastros de ir por la misma senda.
Quizás no me toque ver el parque sin árboles, pero duele comprobar que en la realidad verdadera (¿) los programas no se cumplen. El 11 o 12 de enero de este año, por mi gestión ante el Dr. Juan David Arango Gartner el tronco y las ramas secas del árbol caído fueron recogidos, pero, no obstante que de la oficina municipal que se ocupa del cuidado de parques respondieron que incluirían nuestra solicitud en la programación, temo que el último de los caídos no sea renovado y corra la suerte de sus hermanos que nunca lo fueron. Los árboles tienen y dan vida, son como hermanos mayores que nos acompañan y quisiéramos siguieran allí dando sombra o abrigo y, no se nos olvide, oxígeno. No son pues mudos testigos generan vida. Deberíamos cuidarlos y renovarlos, como se hace con el prado que ciertamente cuidan las autoridades. Quisiera soñar que este que es mi parque, porque respiro su aire y recibo el ruido y el cántico de los pájaros, seguirá ofreciéndose a quienes vengan después, porque los árboles caídos serán repuestos y, entonces, ese paisaje que alegra mis amaneceres seguirá allí por siempre.
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