Desde luego que venimos de una tiranía mayor y más vieja, la de las mayorías, que rigen al mundo. Con ellas se hace la Constitución y la ley y, se les requiere para modificarlas. Con ellas al fin, se conforman gobiernos y se administra lo logrado.
Vivimos, sin embargo, tiempos especiales. Lo primero es que tales mayorías ya no se consiguen por un solo partido y es preciso buscarlas con el agrupamiento de otros que, no solo piensan distinto o tienen otros programas, sino que piden una cuota de poder, en otras el partido ha dejado de ser una organización centrada que acepta las decisiones que se tomen estatutariamente, sino la conjunción de personas que ejercen cuotas de poder, como quien dice una colcha de retazos conformada por la suma de minorías.
Pero no es solo asunto de política. Durante siglos se entendía sin discusión que la sociedad la conformaban hombres y mujeres; cierto que siempre hubo por llamarlas de alguna manera disidencias, hombres o mujeres que gustaban de personas del mismo sexo que la sociedad soportaba de buena o mala manera, esto es con repudio o aceptando la diferencia, hasta que, invocando el derecho a la igualdad exigieron ser tratados como iguales. Después de un tiempo se aceptó que tal pareja debía considerarse como una unión libre para que de esa forma tuvieran los derechos de que gozaban los heterosexuales, sin embargo ello no fue suficiente, porque lo que ellos exigían era matrimonio y se les dio matrimonio, no obstante que para lograrlo fuera preciso cambiar la propia definición que señalaba que el matrimonio era la unión de un hombre y una mujer para procrear y auxiliarse mutuamente. A esto llamo yo tiranía de las minorías.
No quedaron así las cosas, pronto se vio que iban por más, querían ser tenidos como tercer grupo y unidos a los bisexuales y transexuales fueron tras ese reconocimiento, para lo que incluso se ha llegado a sostener que el sexo no se determina fisiológicamente con el nacimiento sino que se adquiere culturalmente con el paso del tiempo y que, por tanto debe darse lugar u oportunidad para que cada cual edifique su mundo y aun cuando tal procedimiento no se ha logrado plenamente sí se dan pasos en ese sentido; en la comunidad de Madrid por ejemplo, se impuso que los dibujos de humanos que se colocan al pie de los semáforos para indicar el paso libre de la vía no sea solo de hombre y mujer incluso niños, sino también dos hombres o dos mujeres cogidos de la mano. Una ociosidad, pero también un paso en la implantación de la idea de que hay un tercer sexo. Una tiranía de las minorías
A las mascotas hay que darles también el espacio que demanden sus dueños, vaya insulto, ¡los adoptantes!, quienes se niegan aceptar que seres sintientes se comercialicen o se traten como cosas o semovientes. Tenemos pues un cuarto grupo en el que deben recaer derechos antes designados solo para los humanos y resignarnos a tenerlos de compañía en el ascensor, el parque, el parqueadero, la cafetería, el restaurante o la iglesia; se olvida de paso que el ámbito natural de los animales, puede sonar cruel, es el espacio abierto. Lo cierto es que ya podemos hablar de hombres, mujeres, LGBT y, seres sintientes. En España la diputada Melisa Rodríguez presentó proyecto de ley para que los perros sean tenidos como personas, reclaman pues para ellos un trato que no les deparan a ciertos humanos a los que, incluso les dan el nombre de desechables.
Las mujeres desde luego no son minoría, pero la circunstancia de que durante mucho tiempo se les negaron sus derechos que debieron ir conquistando uno a uno, las hace actuar como si lo fueran. Guardar silencio es callar, denunciar parcialmente es romper el silencio. Si denuncia el cometimiento de un delito, no tiene derecho a callar el nombre del autor, su silencio además es un abuso, porque hace caer sobre quienes fueron sus jefes el peso de la duda y hace que salgan a la palestra las feministas, que son minoría, a reclamar respeto por la mujer y a denunciar de forma general el acoso sexual al que son sometidas. Difícil definición. Dejando por fuera la violación, la prostitución, la trata de blancas, la esclavitud (como aquella a la que sometían las Farc a las niñas y niños reclutados) que son delitos, o el abuso de una posición dominante para hacerla derivar en relaciones sexuales o amorosas que también lo es, deducir acoso de cualquier manifestación: piropo, galantería o invitación puede resultar una exageración. Las mujeres se engalanan porque se sienten bonitas, porque quieren presentarse bien y ser atractivas, que los hombres las admiren o las busquen, una consecuencia. Catherine Deneuve demandaba con razón el derecho de los hombres a importunar que no debe llevar, desde luego, a la grosería y mucho menos a la agresión, pero tampoco a prohibir o inhibir el piropo o los acercamientos que conducen a la amistad o al amor.
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