El nombre del artículo, incluso en singular, venía como anticipo de unas elecciones que yo preveía como un triunfo de la coalición encabezada por el Centro Democrático y, desde luego, el candidato Iván Duque Márquez.
Tomaba la decisión como un alivio porque, no obstante las dificultades que tendrá el nuevo gobierno, el solo resultado conseguía parar en seco dos males que, a cual más, ponían en peligro la democracia colombiana. El primero desde luego, el mal gobierno de Santos, alcabalero y derrochón, que disminuyó la producción con el aumento desmedido de los impuestos con el solo propósito de comprar voluntades para seguir adelante el mal llamado proceso de paz, presentado como una meta de todos los colombianos, cuando en el trasfondo fue apareciendo cada vez con más notoriedad un fin particular, la obtención del premio Nobel de Paz.
Desde luego la paz debe ser meta perseguible por la sociedad y, no solo la colombiana sino cualquiera, nacional, territorial o personal. Pero de lo que aquí se trataba era del apaciguamiento de un cada vez más reducido grupo de guerrilleros alzados en armas; el resultado (final) nos muestra que, paz lo que se dice paz no tenemos, nos quedan las Bacrim, el Eln, el Epl, los narcotraficantes, la minería ilegal y el cada vez más numeroso grupo de los mal llevados disidentes de las Farc, cuando deberíamos llamarlos vástagos, herederos o simplemente Farc, porque siguen siendo Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, con sus territorios, sus armas, y el narcotráfico, toda vez que, a quienes se desmovilizaron no se les exigió la entrega de armas, ni el territorio, ni los laboratorios ni las rutas. El tal proceso derivó en un apaciguamiento parcial con un costo institucional y económico monumental que no lo puede tapar ningún premio internacional.
El daño institucional cesará con el cambio de gobierno, los grupos criminales ya no tendrán más al frente un gobernante dispuesto a darlo todo. Las mayorías del nuevo presidente se lograron precisamente porque al cotejar el resultado del proceso con lo anunciado, de golpe descubrimos que estábamos desnudos, que lo habíamos dado todo por un remedo de paz. Sin verdad y reparación no tienen derecho a la Justicia transicional, pero ello no obstante les perdonamos y les convertimos en partido político con curules sin votos. Para no hablar de la seguridad de no repetición, pues dejaron las bases para seguir nutriéndose del narcotráfico, y no me refiero solo a los que retoman las armas que se cuentan por cientos, sino a los dirigentes, culpables de delitos de lesa humanidad, que no pagarán pena de reclusión, ni siquiera restrictiva de la libertad y pretenden seguir delinquiendo desde el Congreso. El caso Santrich es prueba manifiesta de lo que aquí se dice, pero no es el único, seguirán otros más, como el de Iván Márquez, otrora jefe negociador y el más votado de sus comandantes que no se posesionó como senador, y empezó a pronunciarse sobre incumplimientos en la implementación, hechos con los que se aleja del acuerdo y con los que espera tapar la investigación por narcotráfico que le cobija.
El alivio reside en que ahora, ese “gota a gota” incesante que desangraba nuestras instituciones parará con el cambio de gobierno. Se siente un respiro, un alivio generalizado, un aire nuevo con la llegada de Iván Duque, un presidente joven con un programa de renovación, pero sobre todo por el fin del mandato más impopular que ha tenido Colombia
Evitamos también, por ahora, el populismo socialista. Pero tal logro no será suficiente si el nuevo gobierno no corrige los desastres del anterior; si no cumplimos esa meta los inconformes crecerán y con ellos las banderas de los populistas pues el populismo se nutre del desaliento y la desigualdad.
(Si el lector aguanta una nueva entrega sabrá por qué ésta sale tarde y el porqué del título en plural.)
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