Estaba muy claro que el nuevo presidente de los colombianos no iba a ser recibido con fuegos artificiales, sobre todo después de los enfrentamientos tan encarnizados que se presentaron en las últimas de cambio entre un verdadero mandatario como lo fue Álvaro Uribe y su opositor, el buscador de premios Nobel Juan Manuel Santos. Esta polarización se está repitiendo en una buena parte de países latinoamericanos, pero con mayor virulencia en aquellas naciones donde han ejercido el poder partidos de extrema izquierda, los cuales han sentado su autoridad a base de mano dura, violando los principios de una libertad con violencia y convirtiéndose en dictaduras.
Colombia se ha caracterizado por ser un Estado de derecho difícil de entender, porque al tiempo que nos rige una estricta democracia en el ámbito político-civil, siendo un país santanderista por todos los lados, llevamos más de cincuenta años enfrascados en una guerra intestina que ha dejado miles de muertos y una secuela de violencia que nos convierte en mal ejemplo para nuestros vecinos.
Por eso mismo, el último cambio de gobierno nos ha traído un cambio de mentalidad, que aunque todavía no hemos sentido como quisiéramos, al menos se están dando pasos importantes para no caer en los tenebrosos umbrales de Venezuela y Nicaragua. Las encuestas de opinión dejan ver resultados favorables sobre el estilo que está practicando el gobierno Duque, el cual sin entrar en confrontaciones partidistas, ha conseguido que el comportamiento del pueblo en sus diferentes estratos, como con los estudiantes o los transportadores, que son de una gran sensibilidad, hayan moderado sus exigencias y no hayan caído en demostraciones y revueltas como a las que acudían anteriormente.
Tenemos que reconocer que el principal problema que nos está azotando es la plaga de la corrupción, la que como un tenebroso vendaval deja rastros de descomposición de los que no se escapa ninguna clase social.
Este martirio lo tenemos que aguantar con paciencia, pero debe ser el blanco al que enfile el gobierno sus esfuerzos, porque si bien ha hecho mucho para combatirlo, todavía falta para dar un parte de victoria.
Colombia tiene que ponerse de pie, la clase política dejar de lado las sucias costumbres, la justicia reformarse, y juntos trabajar por un futuro mejor por el bien de la patria.
P.D.: La política es el arte de servirse de los hombres, haciéndoles creer que se les sirve a ellos.
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