Es increíble como pasan los días y en vez de ver soluciones a las crisis que nos azotan, cada mañana nos despertamos con un fuerte estrés acompañado de una dolorosa depresión que nos mantiene al borde de la desesperación. Sentimos impotencia para enfrentar los problemas que nos trae el diario vivir en un país que debería ser un paraíso, en vez de un insoportable infierno.
La tragedia de la corrupción sacó sus tentáculos convirtiéndonos en un antro de podredumbre, al cual se arriman en interminable lista personajes que siempre pasaron por nuestra historia como abanderados, si no de la honestidad, al menos parecía que podían llevar la frente en alto como representantes de una clase dirigente trabajadora y pulcra. De pronto, sin que nos diéramos cuenta, esa torre se derrumbó dejando solo los escombros con restos vergonzosos de una corrupción inatajable.
Es asombroso ver como emergen debajo de los escombros las cabezas de quienes acabaron con el prestigio de la nación, y que ahora marchan cabizbajos esperando el castigo de prisión que les tiene que infringir la ley por sus comportamientos criminales, pues arrastraron no solo a las clases más necesitadas robándoles su precario sustento, sino, lo que es más abominable, el diario alimento de miles y miles de niños que contaban con un magro subsidio para sobrevivir en medio de la pobreza en que tienen que alimentarse.
Esto nos lleva a que el huracán en que nos encontramos llegue a su cúspide, y cuando la miseria haga explosión nos convirtamos en uno de esos lugares que con compasión vemos en televisión, y que nos hacen salir lágrimas de dolor ante la impotencia de sentir que pudimos ayudar antes de que fuera demasiado tarde.
Los periódicos y demás informativos nos muestran las realidades crueles de lo que estamos abocados a sufrir si no enfrentamos con valentía el tsunami del desastre que se nos vino encima, y si no combatimos a aquellos malhechores que siguen haciendo de Colombia un nido de aves de rapiña.
Debemos guardar como ingrato recuerdo, pero con la conciencia despierta, la lista de quienes pretenden acabar con una patria que todavía puede ser ejemplo para las generaciones futuras, antes de que el paso del tiempo nos lleve a la ruina total.
¡Ah! y recordemos siempre que la base de una patria pulcra y duradera es la justicia, sin la cual no hay cimiento que la mantenga erguida. Y preciso ese bastión inamovible es el que desafortunadamente más falla en este crítico momento, y el que más nos está arrastrando al ojo del huracán.
P.D.: El final no es la muerte. Todavía queda la pelea por la sucesión.
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