Los comicios presidenciales que tendremos en escasas 24 horas van a ser unos de los actos de la democracia que van a dejar una huella indeleble en nuestra historia, no solo por el entusiasmo numérico que se está reflejando en los actos públicos a los que se asisten con gran entusiasmo los partidarios tanto de los candidatos mayoritarios, como los que seguimos con ilusión a uno de los dos finalistas que mañana se van a ver las caras en el enfrentamiento definitivo que dirá quién llevará no solo el honor de ser presidente de Colombia, sino la gigantesca responsabilidad de dirigir un gran país, que, desafortunadamente, ha tenido que cargar con un pesado lastre de corrupción, drogas y, sobre todo, una violencia que por durar más de cincuenta años nos ha convertido, para nuestro infortunio, en uno de los países más violentos del mundo.
Esta campaña no fue un plato de dulce, y por el contrario, con tantas desgracias rondándonos, a veces nos vimos al borde del abismo con el desespero de ver que de pronto no íbamos a ser capaces de enfrentar tranquilamente unas elecciones con tantas vicisitudes. Por fortuna hasta el momento, fuera de esporádicos enfrentamientos y de ataques verbales calumniosos y ofensivos de ciertos grupos de guerrilleros disfrazados de gente decente, ampliamente reconocidos por la ciudadanía por su talante violento, cobijados por el manto de salvadores de la patria, pero con el estigma del asesinato, el secuestro, el tráfico de drogas y toda clase de daños a una población que, como la gran mayoría solo aspiramos a trabajar honradamente para sacar adelante tanto a la patria como a nuestros hijos, pero que desde que nacieron se han visto amenazados por los ataques arteros de los malhechores.
Todo indica que el triunfador será un hombre joven, inteligente y patriota, con un pasado limpio, y será el que mañana reciba el mandato de volver a encauzarnos por los caminos del bien, y tenga el valor suficiente para acabar con la espantosa corrupción que hoy por hoy se ha convertido en nuestro mayor flagelo.
Mañana será un día de felicidad, porque se nos volverán a abrir las puertas de la esperanza. ¡Dios lo quiera!
P.D.: El matrimonio es como el servicio militar, todo el mundo reniega de él, pero es sorprendente la cantidad de gente que quisiera volver a enrolarse.
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