Los asesinatos que han sucedido durante estos días, sobre todo en las ciudades, nos han puesto los pelos de punta. Nos llenan de terror por la crueldad de su ejecución y la frialdad con que han sido recibidos por gente de todas las clases sociales, que parece que vieran estos espantosos hechos como si fueran otro aguacero que cae sin que sea mucho lo que nos afecta.
Deberíamos estar aterrados con la violencia familiar, especialmente hacia los niños, lo que se ha convertido en el pan de cada día y que a duras penas nos hace reaccionar. Una bajeza moral que día por día nos lleva a vivir con más indiferencia, en medio de los peores actos de crueldad que nos van convirtiendo en individuos sin sentimientos, alejados de cualquier vestigio de caridad hacia el prójimo.
Otra de las violencias que hoy en día nos tiene abrumados es, como ya los hemos tenido que vivir hasta sus últimas consecuencias, la que llevamos padeciendo durante sesenta años. Nadie sabe a ciencia cierta cuántos han sido los cientos de muertos que tienen que levantar de los campos las autoridades, que en forma valiente se juegan la vida en las montañas inhóspitas, para defender con valor a otros tantos compatriotas que dan su vida para proporcionarnos el diario sustento que viene de lejanas montañas.
Disminuida la época de la violencia política, sin que nunca se hubiera acabado definitivamente, nos cayó la plaga de la espantosa guerrilla, que no sabemos bien dónde afloró. Tuvo sus raíces en un espantoso odio entre hermanos e, increíblemente, se fue expandiendo hasta el último rincón de la patria, llegando a un momento en que su poderío y la forma salvaje de actuar obligaron a los gobiernos a considerarlos como ejércitos regulares, y a utilizar armamentos privativos de la Fuerzas Armadas como si fuera una verdadera guerra a muerte.
Ya en Colombia estamos acostumbrados a que esta situación la vivamos diariamente, pero aún cuando los bandidos atacan cobardemente y a traición a nuestros soldados, se nos revuelve la sangre y se nos despierta ese nacionalismo que nos mueve hasta la última fibra de patriotismo. En los últimos años pasamos por una situación ambigua en la que no sabemos a ciencia cierta si estamos ganando o perdiendo el enfrentamiento, pero lo que sí es cierto es que por fin nos sentimos con más espíritu combativo y con una increíble fuerza de voluntad para alcanzar la paz, que tan lejana se está volviendo de nuestras tierras.
A veces recibimos críticas por repetir con demasiado énfasis sobre este doloroso tema, pero estamos obligados a mantener presente que tenemos enemigos sanguinarios pisándonos los talones, y que no podemos darnos el lujo de olvidarnos de ellos ni un solo minuto. ¿Cuándo será que podremos detener definitivamente este baño de sangre?
P.D.: Lo peor no es envejecer; lo grave es ver como envejecen los hijos.
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