Hace más de treinta o cuarenta años, tiempo que hace que lo conozco, el amigo Uriel Ortiz Hoyos escribe en periódicos y en otros medios de comunicación. Y eso sí, no sé hace cuántos años visitó por primera vez Manizales, pero supongo que muchos, y que supo que aquí se celebra la Feria del pasodoble cada enero, desde 1955, fecha en la que seguro estaba muy pequeño, pero fuera de oídas, por información o por experiencia directa, también supo que las corridas de toros, la temporada taurina, durante todo ese tiempo, ha sido el eje central de estas festividades. Esto, sin incluir el cartel de lujo con el que se inauguró nuestra monumental Plaza, en el Centenario de la ciudad y que signó a esta capital, con una afición y una experta información del arte de la tauromaquia, respetables y respetadas, que trascienden el contorno.
Por eso me parece “ligeramente” tardío, aunque quizá explicable, que pasado tanto tiempo, llegado a una edad en la que se van perdiendo tantos entusiasmos, el que le haya dado por interpretar la última voluntad de un toro antes de morir, escribiéndole el testamento que supone dictaría un toro de lidia hoy, asesorado por un abogado especialista en sucesiones y un notario, ambos animalistas.
No soy propiamente un aficionado taurino, ni un conocedor, ni voy a corridas, aunque fui, unas cuantas veces, cuando niño y también cuando joven, a corridas de toros, y en ese entonces no fui a más, tal vez por motivos de precio más que de aprecio. Pero me encantaba leer los cronistas taurinos, leí a Ortega y Gasset, a Cossio, a Hemingway, a “Sangre y arena” de Blasco Ibáñez, fui a películas, inclusive a la filmada sobre la novela del valenciano, la vieja, con Tyrone Power y me parece que Rita Hayworth, y a otra con Cyd Charisse, Esther Williams y Ricardo Montalbán, no recuerdo el título, y en la O.T.V., gané un concurso en una actuación mientras recitaba “Pandereta”, al que pertenecen los versos del epígrafe, y me sé otros poemas similares, y los que no me sé los leo siempre emocionado, en fin, y estos días, estuve repasando emocionado “Llanto por Ignacio Sánchez Mejías” del inmenso García Lorca, que “Papel Salmón” tuvo a bien publicar el último domingo, mientras pensaba en la premonición contenida en el “Prendimiento de Antoñito el Camborio” que iba “a Sevilla a ver los toros”.
El gran Antonio Machado dice en “Juan de Mairena”: “Con el toro no se juega, puesto que se le mata, sin utilidad aparte, como si dijéramos de un modo religioso, en holocausto a un dios desconocido” Otros escritores y poetas han defendido y cantado la tauromaquia, desde antes de las quintillas de la “Fiesta en Madrid” de Fernández de Moratín, hasta el peruano-español Vargas Llosa. “Los toros son el acontecimiento que más ha educado social, en incluso políticamente, al pueblo español” escribió alguna vez el exalcalde de Madrid, traductor de Burke y de Wittgenstein, Enrique Tierno Galván. Pensamiento opuesto al de muchos de la generación del 98, que con excepción de Valle Inclán, objetaron ese espectáculo, el que los escritores en España han controvertido y sobre el que han polemizado desde las partidas de Alfonso X, pasando por el padre Mariana, Feijoo, Jovellanos, Tirso, Lope, hasta los contemporáneos.
No estoy tomando partido, solo que entiendo que es una tradición, difícil de eliminar de repente, que sí creo en que tiene arte y está concebida como arte, así tenga elementos que personalmente afectan mi sensibilidad. Pero detesto los apasionamientos y las condenas y el maniqueísmo en este tipo de posiciones discutibles más que condenables, en las que se culpabiliza a “los otros”. Me tendrían que explicar por qué nunca he visto que salgan barras inconformes con toreros o con ganaderías o rejoneadores, o con quienes sea, o venidos de plazas como las de Cali, Medellín o Bogotá, enfrentarse a la salida de corridas o llegar a actos violentos o vandálicos, como las que salen de un estadio, aficionados a un deporte sano por excelencia como es el fútbol.
Y me es difícil ver los pollos en criaderos o en las ollas, alimentar los cerdos, llevados para la Navidad o el 31, o en chicharrón, los curies (no los descendientes de Pedro y María), las reses que cargan en camiones para los mataderos oficiales, sin preguntarme si sufren mucho, si es maltrato animal el tenerlos que matar para convertirlos en alimento, si es que les aplican eutanasia o hay partidarios de hacerlo, si nos vamos a tener que volver veganos, todos, o si es que ninguno de estos seres vivos, que sienten, chillan, huyen del peligro, y de los que muchos seres humanos son “enemigos”, sufren, aunque también hay bastantes que han comenzado su protección y defensa, por el sufrimiento que les causamos.
El tufillo oportunista que me parece oler en el escrito de Uriel a lo mejor provenga de otra parte, pero lo cierto es que es de apreciar el entusiasmo con el que mientras nos transmite el “legado” que le dictaron, se monta en el bus que dicen ahora “ es el que va”.
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