Con mucha sorna y no poca curiosidad, comentó un grupo de amigos mi reciente artículo sobre los concejales de la ciudad: “ “¿Qué imaginaba que iba a suceder”?, “qué se podía esperar de ellos”, “¿es que usted no sabe quiénes son los que están allí?”, “más ingenuo es usted”, éstas y otras frases del mismo jaez, más despectivas aún, tuve que escucharles, hasta que uno de ellos me espetó de repente: “¿Cómo creyó que iba a “lisonjear” con poesía a elementos tan rotundamente antipoéticos? Es darles ponqué… etc. Otro, menos displicente, me preguntó “De veras ¿cuál era “el juego” que pensaba hacer?”.
Es que me llevé una sorpresa -les dije- al leer en las placas de las curules, que los nombres de muchos, o los apellidos, eran los mismos de grandes poetas, o de escritores o de personajes literarios. No es de suponer, sino de deducir, que ellos lo ignoran. Pero es que me encontré con que uno es tocayo del más grande poeta de América, otro del de Francia, otro del gran peruano de “hay golpes en la vida, tan fuertes, yo no sé…”, y sí, ciertamente lo recibí, como cualquier persona de mediana cultura, ante la sensibilidad ambiente de esa corporación.
Es que también -continué-, hay quien lleva el mismo nombre de la principal figura de la poesía cubana del siglo XIX, el Silva de la isla, que murió tan joven como éste, pero de un ataque de risa, el que quizá le habría dado, con el humor de todo ser trágico, de haber arribado “cargado de magnánimas quimeras” a un espacio similar al del Concejo. Y dos, nada menos, son homónimos del gramático, del jurista del código civil, del maestro de Bolívar, del poeta de la “Silva a la agricultura de la zona tórrida”.
Y del de Píntame angelitos negros, máxime que según se supo, un concejal siente complejo por su origen o por su color y hasta demandó a un colega suyo porque le dijo costeño o negro. De la tierra que inspiró “Cien años de soledad”, coterráneo del de “La casa grande debió responder con su tocayo español: dejé de oler la mar, …/Dejé por ti todo lo que era mío”, en homenaje a esta capital.
Hay uno de nombre compuesto, igual al de la pregunta “¿Para qué sirve la leche de alpiste?”, no sé si tan furioso y tan caballeresco, como el épico del italiano, o si tiene algo en común con el biografiado de la maravillosa Virginia. Otro también lleva el mismo nombre compuesto de un escritor guatemalteco, premio nacional de literatura Miguel Ángel Asturias, y uno más, es homónimo de un poeta costarricense, igualmente premio nacional de cultura en 2015, con el apellido a su vez, de un gramático, traductor y poeta colombiano de comienzos del siglo XX.
Y otro coincide con el de varios famosos. Desde el muy nuestro y entrañable de “Siquiera se murieron los abuelos”, sin sospechar el vergonzoso eclipse”; hasta el prerrenacentista castellano de las “Coplas”, que siglos antes, escribió más o menos lo mismo: “cómo, a nuestro parecer,/ cualquiera tiempo pasado/ fue mejor” Desde el del genial argentino, hasta el de un laureado español, Premio Cervantes (1976). Desconozco si tendrá la conducta de un “gentleman” y el porte de un Sir de Inglaterra, pues si bien su segundo nombre no lo tiene sino él, un concejal comparte el primero, con los gigantes de la lírica inglesa.
Si el desconcierto al principio de la jornada cultural, fue la actitud insolidaria y descortés, para con el presidente de la corporación -lo irónico es que un concejal es de apellido Cortés- al final, fue mi pasmo al encontrar a la salida de Concejo, una urna de cristal con un libro de actas abierto, del Concejo Municipal, supongo de los primeros, de hace un siglo o poco menos. Escrito con esa letra espléndida de nuestros antepasados, está firmado por Valerio Antonio Hoyos como presidente, y Alfonso Villegas Arango como secretario. ¿Sospecharán los concejales, quiénes fueron estos personajes sobresalientes de nuestra historia, modelos de cultura, de inteligencia y de civismo? Con gusto, les daría una conferencia sobre la obra y la personalidad de estos eminentes patricios de la ciudad. Mientras tanto, les dejo a ellos, y a los lectores, como en los crucigramas, la curiosidad de resolver las correspondencias onomásticas.
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