Lo dijo LA PATRIA en el último o los últimos días del 2018, haciendo el balance del año del Concejo Municipal. El coco de los concejales es la cultura, en cualquiera de sus expresiones, sean éstas el arte, la música, la danza, la poesía, los ritos simbólicos, o lo que sea que tenga que ver con los libros, con el talento, con la belleza, con la imaginación, con la sensibilidad, con el conocimiento. A dónde hemos llegado como comunidad.
“Los primeros seis meses del Concejo de Manizales se caracterizaron por una apuesta cultural.” Dice la frase con la que comienza la crónica del diario local. Y cuenta que su presidente Hernán Alberto Bedoya apenas estuvo ese tiempo, “en el que aprovechó sus instalaciones” para estimular los artistas y creadores, incluyendo los de las veredas, hombres y mujeres que enseñan en las escuelas campesinas, en colegios rurales, discurren y trabajan en los barrios de la ciudad, o leen sus obras en los encuentros, en los festivales, en los centros de investigación, entregando lo mejor de sí mismos, porque esa es su forma -y la de los que se les parecen en cualquier lugar del mundo-, de elevar la estatura mental de la ciudad y dignificar a los que los escuchan, los leen, ven lo que exponen, para el deleite de los sentidos, la experiencia estética y el solaz del espíritu.
Pero los concejales, “sí, cosa es de volverse loco” (J. M. Marroquín), se horrorizaron. Todos. Sin excepción. Fue el coco. Esa expresión, “ya viene el coco”, “se los va a llevar el coco”, era con la que atemorizaban a los niños, ya que según Covarrubias en “Tesoro de la lengua castellana”, coco, equivale a “la figura que causa espanto”. Continúa el cronista: “A algunos les parecía que era una manera de ridiculizar su actividad”, por eso le recomendaron a Bedoya “hacerse a un lado para que no los hiciera hacer más el oso (sic), pues son gente dizque muy seria (sic)”. ¡Háganme el favor!
Y en efecto, lo hicieron renunciar a su curul edilicia. “Lo animaron” a irse, apunta el periodista citado. Hernán Alberto Bedoya, además de incentivar a los artistas e impulsar la cultura, creyó que halagaba a sus colegas, que les revelaba el elevado concepto en que los tenía, que iba a entusiasmarlos, a incitarlos a seguir la ruta que trazaba, para una relación más honda y más amplia con aquellos que de diferentes modos, prolongan una tradición que le ha dado identidad, entidad y prestigio a Manizales.
El entonces presidente del Concejo, intentó compartir con sus compañeros de corporación, porque Bedoya es poeta, el libro que había publicado, o mínimo su título, “Sinestesia” y lo que significa el término. No lo debieron entender. Si hubo alguno entre éstos, que lo consultó en el diccionario, nada le significó. Un poeta, decidiendo sobre la ciudad, discutiendo y haciendo acuerdos municipales junto con ellos, les pareció un escándalo. Y que invitara a otros poetas, a pintores, a músicos, a intelectuales, juzgaron que era falta de respeto.
No en vano probó ser hijo de su padre, Hernán Bedoya Serna, quien sembró la semilla de los programas musicales en su natal Neira, para conformar la banda y a partir de allí, con fervor y constancia, despertar la vocación musical en los jóvenes de los pueblos de Caldas, hasta culminar con el Festival Departamental de Bandas Estudiantiles, y lograr que el nombre del Departamento brille en este campo con orgullo, por los lauros obtenidos en muchos festivales del país.
La desconcertante actitud de los concejales, que nos debería avergonzar -a ellos no, como si nada-, la viví no solo como asistente a los diferentes actos programados, en los que no vi a ningún concejal, ni por deferencia con el doctor Bedoya, que los inauguró todos con encomiables palabras, sino que la comprobé como protagonista.
Tuve tres intervenciones del proyecto Poesía y Memoria, sin culminarlo. Las diligentes empleadas fueron anfitrionas exquisitas. La bella arquitectura en madera del salón en que sesionan, la distribución de las curules, el espacio todo, está dispuesto como para estimular los más lúcidos y profundos pensamientos de ciudad, a un Mumford, o a un Lefebvre, por ejemplo, con la más inspirada y elocuente oratoria.
Inclusive, leyendo las placas con los nombres de los concejales, por completo desconocidos para mí, y todavía, suponiendo que varios asistirían, quería lisonjearlos, haciendo un juego onomástico con poetas y personajes de la literatura, anunciando su llegada. Habrían dejado caer los versos para no ensuciarse, pidiendo barrerlos.
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