Dije en mi columna pasada que a la vieja pregunta -y que todavía nos hacemos, por fortuna- de quiénes somos, hay que pensarla en clave de incertidumbres. Hoy más que nunca, éstas (al igual que las crisis) nos pueden mostrar o un camino de inmensa soledad, o uno de mucho reconocimiento en la medida en que los demás son nuestro gran y mayor espejo.
Si elegimos este último, como creo que debe ser, es importante considerar que en contextos de incertidumbres se dan ausencias de sentidos, sin los cuales es muy difícil materializar un desarrollo moral que, más que individual, debe ser colectivo. Encontrarle sentido a la vida es dotarla de esperanzas, pensadas éstas desde el amor, la compasión y la solidaridad. Por eso, me parece de alta trascendencia decir que esta época de la Navidad siempre se me antoja propicia para pensarnos juntos como sociedad y hacernos el firme propósito de ser coautores de una sociedad más justa y equitativa, más respetuosa y decente. Una sociedad en la que los ciudadanos desde su propia autonomía y sensibilidad moral puedan otear un horizonte limpio y claro para sus hijos y los hijos de sus hijos.
La Navidad, no es la primera vez que lo digo (tampoco creo que sea el único), es una época de recogimiento; pero no pienso en un recogimiento individualizado, cada uno encerrado en alguna habitación; lo pienso y me gusta hacerlo con los otros, con los prójimos, con los próximos, sin quienes no es posible pensar en construir una mejor forma de vida. De ahí que creo que hay dos elementos sustantivos para poner en práctica y que tienen que ver con asumir conductas razonables. Pienso en una ética de la justicia y en una ética del cuidado, miradas como dos grandes pilares de la democracia.
Estoy convencido de que debemos, como nos lo dice, Martha Nussbaum, cultivar nuestra humanidad. Y este cultivo se hace pensando también en que los grandes relatos vienen, desde hace un buen tiempo ya, desmoronándose, y no veo ningún relato que los pueda sustituir. Por eso es importante preguntarnos ¿cómo nos preparamos y preparamos a quienes nos suceden para este mundo que cambia permanentemente, y que pareciera no tener ningún grado de compasión ni de sensibilidad? A los niños que están naciendo, justo en este momento en que Ud. amable lector está leyendo esta columna, por su generosidad para conmigo, ¿qué les vamos a decir, cómo los vamos a orientar para que sobrevivan y prosperen para el próximo siglo? ¿Cuáles serán las habilidades que requerirán para conseguir trabajo y no perderse en el mundanal ruido?
No sé. Yo soy profesor y no tengo las respuestas. Ni siquiera sé cómo será el próximo siglo. Avizoro, sospecho, especulo teorías, pero no concibo respuestas claras. No las tengo. Pero creo que si las pensamos juntos como sociedad, podemos aventurar algunas respuestas que quizás nos iluminen un camino.
Yo soy un hombre creyente. Y como tal, creo que es posible que si pensamos juntos, nuestras creencias, experticias y saberes nos permitan avistar una vida más humana. Cada uno de nosotros es autor de su propio destino; y la conjunción de este destino es nuestra responsabilidad. De nadie más.
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