Y sigue lloviendo. Pero también es cierto, y como bien lo tituló La Patria, en el día de ayer, que “llueve solidaridad.” En medio del dolor, de la tragedia por la que pasan miles de ciudadanos manizaleños, emerge de entre los escombros, la solidaridad, ese sentimiento –contrario a la caridad, porque ésta humilla–que es horizontal y que conlleva respeto por los otros, por sus desgracias; ese sentimiento que hace que nos pongamos en los zapatos de quienes pasan por la desgracia de perderlo todo, hasta la vida, y que sintamos en carne propia su sufrimiento; ese sentimiento que de verdad nos lleva a asumir posturas humildes frente a los demás y frente a la misma naturaleza (a la que, por cierto, no debemos culpar de nada).
Así lo han demostrado muchos ciudadanos de ‘a pie’: los vecinos de la cuadra, del barrio, de la comuna, quienes se dedicaron a coger pala y a remover escombros con la esperanza de encontrar a los familiares y amigos; de igual manera, muchas familias, a las que por fortuna no les pasó nada, no se han quedado de brazos cruzados en sus casas, sino que han estado aprovechando las redes sociales para reunirse y recoger grandes cantidades de vestuario, alimentos y medicamentos para llevarlos a los muchos albergues destinados para el efecto. Han sido días aciagos. Horas, minutos eternos de dolor, de sufrimiento, de angustia, de desespero, de llanto; de frío intenso y de hambre… Pero los ciudadanos ahí hemos estado. Y ahí estaremos.
Por supuesto, también hemos visto –y es justo reconocerlo–que la administración municipal, a la que se le han unido gremios, universidades, constructores, empresarios, miembros de la Unidad de Gestión del Riesgo, Corpocaldas, Cruz Roja, bomberos, Defensa Civil…han diseñado planes conjuntos para ayudar a mitigar el dolor y el sufrimiento de por lo menos 500 familias que vivían en unos 25 barrios. Y esto es importante, porque frente a tragedias como las que sufrimos –o como la que sufrieron los mocoanos, hace menos de un mes–no hay tiempo que perder. Y digo que es justo reconocerlo porque, pese a las opiniones ideológicas que en estos momentos aparezcan, no se puede desconocer que ha habido administraciones –no sólo la actual– que construyeron poco más de 900 obras de estabilidad en la ciudad; incluso, no hace mucho tiempo, el municipio junto con Findeter y Corpocaldas destinaron una partida presupuestal cercana a los cinco millones de dólares para hacer investigaciones en gestión del riesgo; es más, en las universidades hay profesores y estudiantes que adelantan estudios y obras en este sentido.
Sin embargo, esta fatalidad ocurrida en nuestra ciudad tiene, como ya lo hemos dicho, consecuencias, principalmente para los ciudadanos más desvalidos, lo que presenta como causas estructurales la pobreza, la inmensa desigualdad y el modelo económico que tenemos. Pero también hay otras como el irrespeto que nosotros mismos tenemos con la naturaleza. Bien lo ha dicho, en más de una oportunidad, el profesor Gonzalo Duque de la U. Nacional, sede Manizales: “Mientras los potreros de la ecorregión cafetera deberían ser sólo el 4%, esta cifra está actualmente en el 48%; y en ésta se han destruido 3,7 veces la superficie destinada a los árboles.” Me parece que al profesor le asiste la razón: prácticamente no contamos con bosques; las raíces de los árboles retienen el agua y amarran el suelo. Y nosotros, dedicados a acabar con los bosques y a no plantar nada. Y como si fuera poco, algunos ciudadanos (movidos por la supervivencia, claro) hacen construcciones precarias, de materiales ligeros, y levantadas en lugares que no son aptos para el hábitat humano (en laderas y orillas de quebradas) y a donde no llegan servicios básicos: agua, electricidad, alcantarillado, remoción de basuras, alumbrado público; y ni calles ni escaleras. ¿Resultado? Hacinamiento urbano, habitaciones insalubres y desmejoramiento de la calidad de vida de los ciudadanos.
Lo dije en mi columna de hace 15 días, cuando me refería a la tragedia de Mocoa, y lo repito: es fundamental que pensemos en la construcción de una civilización biocéntrica, que gire en torno a la vida, que respete los derechos de la naturaleza y propenda por el buen vivir. Esto, so pena de que se degraden nuestras ciudades.
De ahí que la gran pregunta es si el POT que transita por el Concejo, en estos días, tiene contemplado el inventario de vulnerabilidad y el fortalecimiento del entorno. Ojalá.
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