Con frecuencia me pregunto ¿cuándo aprenderemos a convocar la vida bajo los signos del amor y del cuidado; del respeto y el reconocimiento; de la justicia y la solidaridad? ¿Nos es tan difícil ser buenos ciudadanos, hacernos responsables, no solo de nosotros, sino de los demás? Alguien dijo alguna vez que cuando un niño está en la calle con un adulto de la mano, es su responsabilidad; pero cuando se encuentra solo, es responsabilidad de todos. Pero, además, yo creo que todos somos responsables por los demás. Y si no ¿cómo construimos una región, un territorio, un país?
En un país como el nuestro, en donde parece que es más importante el eco que las palabras, es el eco el que debe ser contrarrestado. Vivimos en medio de verdades a medias difundidas, en buena parte, por algunos medios de comunicación, como si fueran las verdades oficiales. Lo grave es que se han anclado en la conciencia colectiva. Se conocen testimonios y se avalan discursos de todo tipo: guerreristas, machistas, sexistas, racistas… y así vemos cómo se baila la danza de las exculpaciones mutuas, cómo se olvidan (en el mejor de los casos, no se les presta atención) las voces que nos suenan distinto, que nos contradicen. Surge la banalidad de lo importante; se disminuye lo trascendental. No se opaca la frivolidad moral, prolifera la pasividad con discursos que invitan a la indiferencia, a la exclusión.
Me parece, por el contrario, que debemos procurar diseñar y configurar nuestro entorno social con el propósito de lograr la paz y la no violencia, no como un sueño o una ilusión, sino como un camino sublime por donde caminar juntos. Lo creo posible. Lo creo absolutamente necesario. Para ello, es indispensable adquirir una conciencia crítica, un pensamiento crítico que nos permita reconocer a los otros (hombres y mujeres); y, aunque finalmente no nos pongamos todos de acuerdo o no logremos consensos, lo que sí podemos conseguir es que de los debates, de las conversaciones salgamos todos un poco más sabios que antes. No necesitamos hablar todos un mismo lenguaje, lo que requerimos es tener disposición a escuchar y a aprender de los otros, lo que conlleva un genuino deseo de comprender lo que nos están diciendo. Si logramos esta disposición, nuestras conversaciones serán más altamente productivas, cuanto mayor sea la diferencia de puntos de vista. No pretendo paces perfectas. Busco la fertilización de las opiniones y el consiguiente desarrollo de las ideas.
La búsqueda de la paz, me parece, traerá nuevos problemas. Y de nuevo, deberemos volver a sentarnos a una enorme mesa a conversar. Solo así, mediante una conversación racional, respetuosa, incluyente, solidaria se puede gobernar. Ojalá quienes están en la arena política participando para las elecciones 2018, comprendan que la búsqueda de una ciudad, una región, un país mejor es posible materializarla si tienen la disposición a escuchar y a aceptar que, quizás, ellos no tengan la razón. Y que entiendan que todos somos responsables de todos.
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