Por supuesto que apoyo la consulta anticorrupción. Pero quiero poner sobre la mesa ciudadana algunas mínimas consideraciones que, desde esta columna, hemos dicho en varias ocasiones, en lo que tiene que ver con ser, ante todo, sujetos morales decentes y honestos, responsables y solidarios; ser ciudadanos que piensen antes que nada en la importancia de preservar la integridad moral.
Uno podría pensar que la codicia personal, el miedo a denunciar hechos ilegales, la tolerancia frente a la ilegalidad, los controles y las regulaciones ineficientes, el no sancionar de manera ejemplar a quienes atentan contra lo público, la misma justicia que no acelera los procesos, son los propósitos centrales que deben tenerse en cuenta para eliminar la corrupción. Y es cierto, son relevantes para lograrlo.
Pero al mismo tiempo, creo que es fundamental considerar que el votar siete veces sí, no necesariamente garantiza que se acabe la corrupción; de la misma manera que el haber firmado el Acuerdo con las Farc, no fue prenda de garantía para la consecución de la paz. Asimismo, el no votar a favor, no significa que sea corrupto, o que se la tolere. Confío en que esta polarización insulsa no se vaya a presentar, como lo que se dio con el Plebiscito aquel que nos costó amarguras.
Una de las cosas relevantes que tiene esta consulta es que busca involucrar a todos los ciudadanos. Es necesario y urgente aprender a contar con los ciudadanos, con la sociedad civil para buscarles salidas a las crisis. Es urgente acabar con la corrupción para poder abordar los retos que se nos presentan como país fortaleciendo las buenas prácticas. Las sinergias que pueden resultar de esta consulta nos deberían inducir a una muy profunda reflexión sobre la clase de ciudadanos que somos, sobre la clase de sociedad que tenemos y la que queremos construir. Me parece que debemos poner el acento en reconfigurar la integridad moral como un valor sustantivo de la sociedad, como un valor de la vida humana.
Estoy convencido de que debemos pensar en una sociedad cuyo desarrollo humano sea razonable. Esto quiere decir, que pensemos en que como sujetos morales procuremos siempre en todo momento y en todo lugar, ser solidarios, actuar con justicia, con respeto, reconociendo que los otros son ciudadanos con sueños, con anhelos, con sufrimientos, con alegrías; que son seres humanos indispensables para nuestra propia existencia.
Prácticas como la corrupción degradan y humillan intensamente a las personas, afectan su dignidad, su integridad física y moral. Un trato degradante crea en las personas un sentimiento de temor, de angustia; su personalidad se quebranta; se sienten envilecidas, maltratadas, impotentes, inferiores. Justamente esto es lo que no se debe seguir permitiendo.
Que la consulta sirva para conjurar a partir de que como sociedad civil asumamos un comportamiento razonable, que actuemos individual y colectivamente con coherencia, dando buen ejemplo. Pienso que a nosotros no nos gusta tener amigos tramposos, que engañan. Debemos aprender que hay cosas que no tiene sentido hacerlas. Incluso hay quienes creen que con las pequeñas “trapicherías” salen ganando ellos; y no caen en la cuenta de que al final todo se sabe, se pierde la reputación y se pierde la confianza. Cuando se mina la confianza se empieza el ocaso de la civilidad. Y no es solo un asunto moral, también es de inteligencia, de cómo pensamos lo suficiente antes de engañar al otro. Si queremos construir una sociedad sana, comencemos cada uno de nosotros por hacer las cosas bien hechas. Y que demostremos en la práctica que hacemos bien, lo que tenemos que hacer bien. Es tan simple como esto.
Sí, Sí, Sí, Sí, Sí, Sí y Sí.
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