La nostalgia, ese sentimiento tan humano, se nos aparece cuando recordamos lo que hicimos y dijimos; por lo general, cuando se acaba algo que nos habíamos propuesto. Por ejemplo, creo que a todos los que hemos culminado alguna etapa de estudios nos sucedía, en el preciso instante en que esperábamos que nos entregaran el cartón que nos acreditaba que habíamos pasado por la escuela, el colegio o la universidad, que pasaba frente a nosotros un mundo de recuerdos, de experiencias, de vivencias que nos permitieron ser lo que somos hoy en día. Esto, al menos para mí, ha sido una especie de bendición de la vida. Por eso, estoy convencido de que es importante dejarse acariciar por la nostalgia, por ese aire tibio y esperanzador que nos facilita mirarnos en retrospectiva, y caer en la cuenta de que ascendemos en la escala de lo muy humano, de lo muy ciudadano que podemos y debemos ser.
Los recuerdos son importantes porque nos abren las ventanas de nuestro amplio mundo emocional. En este sentido, las emociones son sensaciones de nostalgia. Y cuando las sentimos, lo que sucede en nuestro interior es que evocamos algún recuerdo, no uno cualquiera, sino aquello que nos ha sido muy querido, muy soñado, muy anhelado. Así, nos vamos viendo envueltos en imágenes, en sonidos, en palabras, en sentimientos de eso que nuestra memoria ha guardado con cierto recelo. Así, se va tejiendo la vida, nuestra vida, la historia misma de cada uno de nosotros. Lo que hoy somos corresponde a lo que nuestros recuerdos y emociones han hecho de nosotros. Son motores móviles para nuestros aprendizajes. Sin lugar a dudas, es fundamental verlos con la tranquilidad y serenidad que solo da el tiempo.
¿Qué emociones, qué sentimientos, qué nostalgias pasan por las mentes de nuestros estudiantes que por estos días se graduaron en colegios y universidades? Quisiera pensar que todo ello les permitirá verse en retrospectiva, y caer en la cuenta de que con las teorías aprendidas y sus prácticas en las aulas, tienen todo un potencial para contribuir en la transformación de este país, porque de eso se trata la educación: de transformación y progreso.
Cuando pienso en esto, lo que mi corazón anhela es que sus emociones y su carga de valores los apliquen a la vida real; que lo que hagan en sus vidas cotidianas se convierta en hechos morales. Y que, en el momento en que tengan frente a ellos cualquier cosa, lo ideal es que piensen con mucho juicio, con mucha serenidad que existen diferentes creencias, costumbres, diversas formas de pensar y de sentir. Esto facilita, sin duda alguna, el reconocer a los otros y a sí mismos. Para esto, claro, se requiere amor por el conocimiento y amor por la vida misma.
Vale insistir: cuando se culmina una etapa de estudios (en cualquier nivel), comienza una fase de nostalgia, la misma que se convierte en una herramienta poderosa para encontrar un camino para la transformación, no solo personal, individual, como sujetos históricos, sino también para la transformación de las ciudades y los territorios en donde se construye la vida. Con otras palabras, nostalgia y conocimiento nos permiten comprender y diseñar maneras para convivir con los demás en un gran marco de lealtad, respeto, confianza y amor.
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