Mafalda (la de Quino), aquella niña argentina, atrevida y no menos simpática, ha sido reconocida en el mundo entero por sus constantes manifiestos políticos, los que se le ocurrían porque no podía entender las razones por las que los adultos llevaban tan mal el mundo; por ejemplo, nunca entendió lo que sucedió en Vietnam, ni fue capaz de explicar por qué había pobres. La única certeza que manejaba con lucidez infinita era que nunca estaba satisfecha.
Mafalda, comprometida con todas las etnias, adquirió su mayoría de edad a partir del compromiso político y ético que sentía que tenía con la humanidad, por eso decía y preguntaba con frecuencia cosas como éstas: “todos creemos en el país, lo que no se sabe es si a esta altura el país cree en nosotros”, o “¿por dónde hay que empujar este país para llevarlo adelante? Alguna vez, escuchó en la radio un anuncio que decía “el Papa hizo un nuevo llamado a la paz”, y de inmediato agregó: “Y le dio ocupado como siempre, ¿no?”.
Por obvias razones, el filósofo prusiano Immanuel Kant su irreverencia no la hacía acompañado de otros niños igualmente preguntones, tímidos e inocentes. Sus preguntas, muy similares a las de Mafalda, buscó hacerlas en un ensayo que tituló Respuesta a qué es la Ilustración. Y si bien Mafalda se preocupaba mucho por su Suramérica (y, en general, por todo el Planeta Tierra), Kant lo hacía por su Europa. Seguramente el filósofo se preocupaba por comprender los motivos por los cuales los adultos, sus coetáneos llevaban tan mal su propio mundo; por qué los ciudadanos europeos, los prusianos no conseguían tener una identidad política propia. Durante el siglo XVIII gobiernan los reyes federicos; aunque por fortuna, uno de éstos, Federico II, un hombre ilustrado, no puso censura alguna y permitió que el filósofo pudiera tener gran influencia en el pensamiento de una Europa que se ahogaba en un despotismo aparentemente ilustrado.
Kant consideró seriamente la independencia de los Estados Unidos e influyó en la Revolución Francesa. La muy conocida expresión “¡Sapere Aude!” era una muy clara invitación para que los ciudadanos pensaran por sí mismos, y que no estuvieran sujetos a los designios de otros. Similar, me parece, a lo que hizo la irreverente Mafalda con su amigo Felipito, cuando le dijo que era muy peligroso vivir sin leer, porque no queda otro camino que creer en lo que los demás digan. Aprende a pensar por ti mismo, sería algo así como la traducción en clave kantiana.
Y creo que ambos y cada uno con su estilo (y con tres siglos de diferencia) lo que proponen es que tengamos el valor civil de decir las cosas. Para ello, hay que leer, felipitos, prusianos y demás especie humana. ¿Cómo salir de la minoría de edad si no es a través de la lectura? Creo que los colombianos, de alguna manera, somos culpables por tener el país político que tenemos. Jaime Garzón decía con frecuente humor irónico que no conocía personas más cómodas en el mundo que los colombianos: “Somos de una pereza… para pensar por nosotros mismos…”. Como bien lo expresaba Kant: “Si tengo un libro que piensa por mí, un director espiritual que reemplaza mi conciencia moral…, entonces no necesito esforzarme. Si puedo pagar, no tengo necesidad de pensar: otro asumirá por mí tan fastidiosa tarea.”
Quizás Mafalda haya entendido muy bien esto de adquirir la mayoría de edad cuando alguna vez dijo: “A mí me gustan las personas que dicen lo que piensan, pero por encima de todo, me gustan las personas que hacen lo que dicen.” Mucho me temo que eso también es lo que nos falta, ser coherentes: pensar, decir y hacer lo que decimos que pensamos. Creo que podemos cambiar la forma como se ejerce la política en este país, cuando nos reconozcamos como mayores de edad. Kant lo logró. La niña Mafalda lo logró. ¿Nosotros?
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