Me parece que los colombianos debemos sentirnos orgullosos de poder contar con un patrimonio científico, cultural y arquitectónico como el de la Universidad Nacional de Colombia. Y los manizaleños y caldenses, todavía más por ser afortunados y tener entre nosotros a una de sus nueve sedes, y que por estas calendas está cumpliendo 70 años de existencia. La Nacho es nuestra. Y pese a las circunstancias por las que atraviesa (al igual que todas las públicas), producto de un juego del mercado que la desfinancia cada vez más y que parece obligarla a adaptarse a una reconfiguración del conocimiento que le demanda sobrevivir bajo otras coordenadas, a tal punto que se mueve entre espacios del saber y alternativas para lograr una racionalidad instrumental, no ceja en su empeño por cumplir con el mandato milenario de conservar su autonomía.
Profesores, directivos, administrativos, estudiantes y graduados buscan, en medio de sus avatares, y con afán permanente cumplir sus funciones misionales de carácter universal sin olvidar lo local. Este espacio es corto para enumerar la cantidad de ideas materializadas en pro del desarrollo local y regional. Muchos damos fe de notario de la constante renovación en lo científico, lo cultural y lo arquitectónico que adelantan, siempre con miras a no abandonar las exigencias de soluciones de los problemas que aquejan al mundo contemporáneo.
Con seguridad, sus directivos y profesores, desde el nivel central hasta quienes habitan cada una de sus sedes, reconocen que es fundamental pensar en el lugar que ocupan en las regiones, en sus relaciones con el mercado, así como también en los silencios y en la constante evolución de sus propios lenguajes. Ponen por delante la relevante vitalidad que siempre ha acompañado a la Nacho en asuntos fundamentales como la vida política y social, la paz y la construcción de una democracia justa e incluyente. De esto no me cabe ninguna duda.
La Nacho no juega sobre los dogmas; su producción científica y cultural así lo demuestran. La libertad sobre la que caminan sus profes investigadores les han abierto las puertas para descubrir con los ciudadanos nuevas formas de habitar este planeta. De hecho manifiestan, una y otra vez, que los saberes científicos y culturales que emergen de sus aulas y laboratorios no son hermosos ornamentos, sino que, por el contrario, reivindican la vida misma, individual y colectiva. Siempre me ha parecido un envidiable ejemplo para, al menos, diseñar caminos por donde se eviten las violencias.
Los manizaleños y caldenses nos hemos beneficiado de las ciencias y las culturas que emergen de la Nacho. Sus funciones misionales registradas en la docencia y las investigaciones han abierto caminos por los que transitan el pensamiento y las emociones, lo que la hace pertinente y oportuna.
Que los directivos, profesores, administrativos y graduados reciban el más solidario abrazo de felicitación por su aniversario número 70. Lo dije y lo repito: la Nacho es nuestra.
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