Hace poco lo vi en uno de los homenajes que se le están haciendo -bien merecido lo tiene, de eso no hay duda- y su fina estampa me hizo recordar un texto del Quijote: “La del alba sería, cuando don Quijote salió de la venta tan contento y tan alborozado de verse armado caballero que el gozo le reventaba por las cinchas del caballo.”
Sale de la Rectoría de la prestigiosa Universidad Autónoma de Manizales, más que un señor rector, un hombre investido de caballero. Algunos con sus palabras que lo honran, lo habrán dicho mejor que yo, por lo tanto, no me referiré a él como el dirigente de alto vuelo de una institución merecidamente acreditada. Prefiero aprovechar este breve espacio para hablar del amigo. Así siempre lo he visto y lo he sentido. Gabriel Cadena Gómez es un amigo.
Tengo por norma elegir con sumo cuidado a quienes serán mis amigos. Una vez que los veo, los someto a una reflexión previa, a un examen exhaustivo, al mejor estilo socrático, de las condiciones y cualidades que le pertenecen. Y después de un período de conversaciones, esto es, de girar alrededor de sus intereses, descubro si es posible allanar las posibles divergencias que pudieran existir entre ambos. Y con mi espíritu, siempre abierto a los demás, procuro crear un clima de la mayor confianza y de un profundo respeto, condiciones esenciales, para mí, para hacer amigos.
Y con el amigo Gabriel, no me fue difícil. Ambos pasamos el examen: yo con mis comentarios, a veces, impertinentes y él, muchas veces, con su seriedad y apuntes oportunos. Nos fuimos conociendo. Nos miramos a los ojos y vimos que podíamos darle luz verde a una amistad, que se fue consolidando en distintos escenarios. En Suma, en donde conjuntamos nuestras voces, al lado de otros rectores, para hacer de nuestras universidades un gran escenario desde donde contribuir con el desarrollo de la ciudad y del departamento; desde Manizales Más, desde Manizales Campus Universitario… en fin. Debo reconocer que a veces sentía que ni teníamos que ponernos de acuerdo previamente para hacer propuestas decentes y honestas que velaran por el bien estar de los profesores y estudiantes de las universidades.
El amigo Gabriel, hace gala de un Carpe diem, siempre listo a aprovechar el momento para hacer que la vida, su vida y la de los demás, se convierta en una vida extraordinaria. En nuestros frecuentes encuentros le escuchaba su aguda crítica, pero siempre respetuosa, y pensaba que Eduardo Galeano tenía razón cuando decía “al fin y al cabo, somos lo que hacemos para cambiar lo que somos.” Y Gabriel cambiaba y nos cambiaba, nos hacía caer en la cuenta de que había que pensar en los otros, había que estar pendiente de la ciudad, del territorio, del país: “No podemos convertirnos en piedras en los zapatos, tenemos que contribuir en cuál es la mejor forma para el desarrollo de la región”, decía con la propiedad de un hombre ilustrado cuya experticia académica y de investigador científico le permitía. Se arrogaba ese derecho que lo da una vida decente, honesta, rigurosa, que lo da el ser un buen ser humano.
Siempre me sentí honrado por haber caminado a su lado. Desde mi oficina, miro el horizonte y pienso en Gabriel, en las muchas lunas y en los muchos soles en los que todavía no se ha sumergido, ni en los mares ni en los ríos que dicen que no tienen fin.
¡Gracias, Gabriel, muchas gracias!
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