La primera ley de la física expuesta por Newton establece que “Todo cuerpo permanece en su estado de reposo o movimiento a menos que una fuerza actúe sobre él.” Creo que quizás sea mejor no esperar a que las sociedades, sobre todo las de América Latina, se acojan a esta ley de la Física, y que los ciudadanos sigan esperando a que la solidaridad y el respeto provengan de ese uno por ciento de la población que dispone de la mayor parte de las riquezas que se dan en el planeta. No va a suceder que este fenómeno de la física se materialice en la vida de los millares de ciudadanos que sienten y ven cómo sus esperanzas y deseos de tener una vida digna se derrumban día tras día.
Pienso que los ciudadanos de ‘a pie’, quienes transitan por las calles de este continente tan desigual e inequitativo deben diseñar formas de moverse a sí mismos, porque ninguna fuerza va a actuar sobre ellos. Digo que cada ser es autor de su propio destino. Esto aunque vaya en contravía de la física misma. Por eso, se me ocurre pensar que quizás Isahia Berlín tenía razón cuando decía que como no sabemos en donde está el puerto, hay que seguir navegando. Y en este mar de incertidumbres es fundamental que cada uno coja un remo y navegue sin cesar. No hay capitán más que el deseo propio, el de cada uno, de reconocer en los otros su propia existencia, incluso, de encontrar-se en el camino del descubrimiento de su re-existencia. Mi prejuicio es que las re-existencias obligan a volvernos a pensar, a volver a andar los caminos arados y recuperar las huellas que nos dejaron quienes ya caminaron por aquí. América Latina, continente de muchos pueblos, está plagado de historias que es menester volverlas a encontrar y de nuevo volverlas a escuchar y a contar.
Pero la arrogancia de la razón occidental no nos ha permitido darnos cuenta de que las cotidianidades se ideologizan; y cuando esto sucede olvidamos que lo que muchos denominan como una ideología que tiene éxito es porque es simple, pero no porque guarda relación con la verdad. Entre más elemental es una ideología, más atrae a los ciudadanos que no tienen formación política. La ideología se comporta ella misma como si fuera el resultado de una reflexión conceptual destinada para unos ciudadanos que no tienen un nivel cultural adecuado. Por eso, los partidos políticos tradicionales, en América Latina, logran una y otra vez su cometido: montan eslóganes, consignas y doctrinas que pretenden convertirse per se en análisis y no producen fatiga ni cansancio. Por eso, los ciudadanos se vuelven inmunes a cualquier responsabilidad.
En muchas ocasiones oigo decir que los jóvenes necesitan un ideal, de un algo que los motive a no sé hacer qué cosa. En el fondo, lo que avizoro en este sueño de ideal, es que se pretende reemplazar al pensamiento, al conocimiento y a la responsabilidad individual de que los jóvenes aprendan a forjarse su propio destino, sin esperar a que una fuerza los mueva.
La Bienal iberoamericana de infancias y juventudes, que finaliza hoy, abordó con mucho tino espinosos y complejos temas de las desigualdades, las memorias y las re-existencias, para pensar en las democracias que se resisten a morir en el olvido y la exclusión.
Volver a pensar las democracias contemporáneas conlleva preguntarse una y otra vez para qué sirven hoy en día los movimientos sociales; así como interrogarnos respecto de quiénes tienen las capacidades y las voluntades políticas para las transformaciones sociales que América Latina requiere. ¿Cómo democratizar la democracia?, ¿cómo aprender a participar en la democracia participativa? Pero me parece que también es importante preguntarnos ¿qué quedan de estas bienales, de estos encuentros?, ¿qué pueden esperar los ciudadanos de ‘a pie’ de nosotros, los privilegiados que podemos asistir a la academia superior?
Sean las respuestas que expresemos es fundamental transitar sin más demora hacia nuevas formas de convivir, de estar juntos, de conversar… y de diseñar mejores mundos para nuestros hijos y sus hijos, los hijos de todos.
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