Esta escena se repite a diario en diferentes sitios de cualquier ciudad de este país: Ciudadanos a quienes les sirve lo que a la mayoría ya no le es útil, hurgan en canecas buscando, en últimas, cómo sobrevivir, y darle, en consecuencia, la debida importancia a lo que mal denominamos como basura. Y quizás me lo haya soñado, pero de repente un señor de avanzada edad con su hijo, de corta edad, abría algunas canecas y más canecas; hasta el que niño le preguntó: “papá, ¿qué buscas?”. Y su padre con ojos desesperanzadores, le respondía: “Hijo, busco a ver si quedó alguna cosita parecida a la honestidad, a la moral, a la decencia…”. En fin… como lo dije… creo que me lo soñé.
Pero… ¿y si fuese así, si nos tocara de verdad buscar en la basura algunos restos de lo que significa la lealtad, la solidaridad, el respeto… Cada vez más siento que estos bienes espirituales públicos ya no están a la vista. Uno cree ver pasar por el frente la moral… y al menor descuido, ésta se va difuminando, se va escurriendo como cuando uno coge agua con las manos, se sale por entre los dedos. Y aparece la nada. ¿Qué queda si la moral se evapora, se desvanece?
Ante esto… cabe pensar que el juicio moral continúa acantonado en el fuero interno de cada sujeto, de cada individuo. Y no parece erigirse en una instancia pública en donde aparezcan los asuntos que le competen a todos. No se da la posibilidad de una mínima consideración estética y en la que se presente una reflexión colectiva, crítica de lo que somos, de nuestras actuaciones aparentemente privadas. Ya las discusiones en las cafeterías, en los salones de clase, en las reuniones, en los clubes, en las calles… no ocupan el tiempo, nuestro tiempo. Al parecer estamos muy ocupados pensando cómo lograr el éxito, y tener casa, carro, beca, vaca y finca. Cada uno de nosotros vamos construyendo nuestro propio espacio público, que no es otra cosa que el fortalecimiento de lo feudal; adquirimos experticias privadas para nuestro rédito personal, no para los demás.
Sería conveniente que nos preguntáramos ¿en dónde quedaron los reinos de la ética de la responsabilidad con los demás?, ¿a dónde fueron a parar las responsabilidades de la conversación, es decir, del interés que la vida de los otros y las otras nos despiertan?
En palabras tan manidas hoy en día, como “crisis” y “crítica” se esconden muy en el fondo las ideas del derecho y de la lucha por el reconocimiento, de lo que somos ante los otros y las otras, de lo que éstos y éstas representan para nosotros. A veces se me ocurre pensar que estas civilizaciones nuestras son tan incivilizadas que como seres de carne y hueso, también nos vamos escurriendo como el agua entre los dedos.
Insisto en las preguntas: ¿Qué somos si la moral se nos va? ¿Qué somos si las deslealtades florecen y nos seguimos riendo como si nada pasara? ¿Qué queda de nosotros si el dolor y las tristezas de los otros y las otras ya no nos importan? ¿Qué tan humanos somos después de esto? Así… ¿cuál es el futuro de esta humanidad denominada sapiens? O, ¿será que tendremos que buscar la honestidad, la decencia, la lealtad, la solidaridad en las canecas de los laboratorios de investigación?
Duele, y mucho, que la moral y la solidez espiritual se desvanezcan en el camino de la vida.
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