Me aventuro a decir lo siguiente (y con seguridad no estoy diciendo nada nuevo): diseñar el mañana, el futuro depende en buena parte del descubrimiento de la ignorancia. ¿Qué tanto sabemos de lo que decimos saber? Más aún, y al mejor estilo socrático: ¿Tenemos plena conciencia de que no sabemos? Todo indica creer que es cierto que la especie humana está convencida de que es capaz de adquirir nuevos poderes a través de las investigaciones que adelanta. Pero… ¿de qué le ha servido ese poder?, máxime si pensamos con un poco de juicio que lo que muchos expertos denominan revoluciones científicas no son el resultado de revoluciones del conocimiento, sino revoluciones de la ignorancia. Y esto (cosa que es herencia del logos griego) porque afortunadamente hemos ido descubriendo que no tenemos respuestas para todo, ni siquiera para las preguntas fundamentales. Siempre hemos procurado y creado estrategias para comprender el universo, que es lo mismo que decir para comprendernos. Entre más avancemos en el inconmensurable espacio, más profundizaremos en el corazón del hombre, le leí alguna vez al científico Carl Sagan.
Diseñar el mañana depende de la disposición que tengamos para admitir que no sabemos. Hay expertos que argumentan que la ciencia moderna tiene por principio el concepto latino de ignoramus, que quiere decir “no lo sabemos.” Es decir, no lo sabemos todo; a lo que le añado que de lo que sabemos, realmente sabemos poco. Y más aún: en la medida en que aprendemos cosas, nos vamos dando cuenta de que muchas de éstas eran erróneas. Nada hoy en día, nada, está libre de ser refutado. Nadie tiene la última palabra. Muchísimas teorías científicas son rigurosamente debatidas a partir de nuevas pruebas que van emergiendo de manera permanente. Y si no preguntémosle a los economistas ¿cómo gestionar la economía? Cada gobierno trae su economista propio, quien siempre se arroga el derecho de decir que su proyecto, además de ser nuevo (“nadie lo había hecho antes”) es el mejor; y claro, salta la liebre al cerco demostrándole que hay una cosa que se llama crisis financiera que le pone palos a su rueda… y todavía sigue faltando la última palabra, misma que, por supuesto, no va a llegar.
Me parece que el estar dispuestos a reconocer que no lo sabemos todo implica, por un lado, aceptar que la ciencia puede sostenerse a partir de la revisión permanente de sus preceptos. No es suficiente con tener en cuenta las posturas de los biólogos, los físicos, los economistas; es necesario considerar los postulados antropológicos, políticos y éticos. Todos juntos, deben construir un camino y aceptar que se debe caminar despacio en este reino de incertidumbres.
A partir de aquí, de nuevo, lanzo la pregunta con la que comencé mi columna pasada: ¿Cuándo aprenderemos a convocar la vida bajo los signos del amor y del cuidado; del respeto y el reconocimiento; de la justicia y la solidaridad? ¿Nos es tan difícil ser buenos ciudadanos, hacernos responsables, no solo de nosotros, sino de los demás?
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