Deseo creer que los caldenses y manizaleños sentimos y sabemos que tenemos un rol trascendental en el desarrollo de nuestra región y del país en general. Este sentimiento que albergo está cobijado por el reconocimiento de que los ciudadanos tenemos una notoria disposición y un enorme potencial para diseñar estrategias de pensamiento que permitan desarrollar nuevas y mayores oportunidades.
En el terreno de la educación superior este reconocimiento es fundamental, en la medida en que los ciudadanos requieren, cada vez más, nuevas y mejores competencias que les permitan contribuir con la transformación de la región y del país.
Para el efecto, estoy convencido de que la ética, la estética y la política deben superar la era de la técnica. Ésta no puede seguir teniendo las riendas de la humanidad, como bien lo dijo alguna vez Erich Fromm. La universidad no debe renunciar a sus principios fundacionales de ser forjadora de una cultura de la responsabilidad moral y política, que trascienda la simple preparación del capital intelectual de un país. La universidad debe ser ejemplo sostenible del cumplimiento del mandato moral que impregne todas las actividades sociales, incluyendo la política que no ha debido divorciarse de la ética.
Por eso, creo que la conjunción de nuestras voluntades académicas y políticas continuarán estimulando y fomentando no solo las oportunidades para los ciudadanos, sino que la región caldense, toda, volverá a ser lo que otrora fue: cuna de pensamiento en todas las áreas del conocimiento; porque justamente esto es lo que necesitamos: un pensamiento que nos permita comprender las necesidades y los desafíos que se tienen por delante, en la búsqueda de propuestas de políticas públicas a problemáticas apremiantes como la pobreza, el hambre, la exclusión y la marginalidad de cientos de miles de ciudadanos; al igual que la inequidad, falta de solidaridad y la eterna ausencia de justicia.
La universidad, como esa gran unidad de pensamiento científico y cultural, tiene compromisos con lo público, con el Estado, con los empresarios, con el comercio, con las organizaciones, y con los ciudadanos en general. Tal es su misión política. La universidad, por su propia naturaleza, es la mejor llamada para pensar y diseñar políticas de resolución de las mismas. Nuestra obligación es asumir de manera crítica los fenómenos de la globalización y del progreso. Debe convertirlos en objetos de estudio a partir del pensamiento crítico y mirarlos de manera transversal en todos los programas curriculares. Por supuesto, no digo que la globalización per se es buena o mala; pero sí lo puede ser la forma como nos involucremos en ella.
Esto forma parte de lo que en la U. de Manizales, junto con el Vicerrector de la U. Nacional, sede Manizales, Germán Albeiro Castaño Duque, les planteamos a algunos senadores del Centro Democrático que nos visitaron ayer. La conversación giró en torno a la Educación Superior. Y buscamos que en este escenario, que fue académico y político (pero no partidista, que es otra cosa muy diferente), se abordaran respuestas a preguntas como ¿cuál es el propósito del Sistema Nal. de Educación Terciaria? Es decir, ¿por qué con el Plan Nal. de Desarrollo y su artículo 53, se reforma la Ley 30 de E. S., por la puerta trasera? ¿Por qué se quiere reformar?; ¿en qué clase de universidad y para qué sociedad piensan los senadores del Centro Democrático?; ¿por qué se privilegia la formación técnica y tecnológica frente a la formación de doctorados? Si los gobernantes dicen entender que la educación debe ser prioritaria, ¿cómo hacer para que esto efectivamente se refleje en sus programas de gobierno?; ¿cómo entender hoy en día el valor milenario de la autonomía universitaria?
Confío en que en la próxima columna, pueda contarles cuáles fueron algunas respuestas de los ilustres visitantes a la U. de Manizales. Por ahora, repito lo que otros han dicho mejor que yo, en este país vivimos pendientes de lo que digan los ministros de economía, y se nos olvida que realmente quienes tienen en sus manos el futuro de un país, son los ministros de educación. Pero esto, parece ser, que ni los académicos lo entendemos.
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