Es fácil entender que la prosperidad y el progreso de una ciudad y de un país, dependen, en buena parte, de que los ciudadanos se puedan educar y capacitar lo suficiente. Es prioritario y fundamental revitalizar constantemente la educación. Los ciudadanos -no solo los gobernantes- debemos comprender que se requieren reformas radicales (desde la raíz) que permitan mejorar la calidad de las escuelas, colegios y universidades, a la vez que se continúe con su misión de civilidad. Los jóvenes deben poder contar con un sistema riguroso a partir del cual puedan potencializar sus habilidades y talentos. Pero, al mismo tiempo, los gobernantes y la empresa privada deben poder garantizar un sólido soporte financiero, de tal modo que los miles de jóvenes tengan acceso a una educación.
Una pregunta -vieja pregunta, es cierto- que continúa apareciendo es ¿la educación en este país está mal porque los gobiernos invierten muy poco en ella; o por el modo como está organizado el sistema de educación? Muchos creen que la falta de recursos económicos no permite que la educación tenga una alta calidad; otros, expresan que la raíz del problema se encuentra en la estructura misma de la educación. Las respuestas que aventuremos sobre estos cuestionamientos, realmente no creo que puedan ser muy alentadoras, aunque me parece que desde ciertas perspectivas a ambos les asisten razones válidas. Y aunque al Gobierno haya prometido mayor presupuesto para la educación universitaria a través del Sistema General de Regalías, también es verdad que es muy poco alentador el conocer la reciente declaración del Ministro de Hacienda, Mauricio Cárdenas, cuando dijo que como el año pasado el billón de pesos que estaba destinado para el Fondo de Ciencia, Tecnología e Innovación no se utilizó, pues que lo mejor era emplearlo en proyectos “prioritarios y urgentes”, como la construcción de vías terciarias en los municipios más afectados por el conflicto armado, con el propósito, expresó, de revivir la presencia del Estado y así reactivar la economía. Y no importa que también haya aclarado que será la única vez que esto se hará. El panorama es desestimulante.
Conviene no olvidar que la educación superior es un excelente catalizador de la consolidación y preservación del patrimonio científico y cultural de una nación; sin dejar de mencionar que en este escenario se propician debates para comprender las diferencias económicas y sociales, étnicas y culturales que per se existen en la sociedad. Para decirlo en pocas palabras: la educación superior es un escenario propicio para la formación de ciudadanía.
En este orden de ideas, me parece que entender la educación como un derecho humano, como un bien social y como una responsabilidad de los gobiernos, debe ser una prioridad; al igual que debe ser una cuestión fundamental que los ciudadanos comprendan que también tienen una inmensa responsabilidad con la construcción de su país. Por eso creo que establecer procesos de cooperación entre universidades (se viene haciendo con Suma, en Manizales), al mismo tiempo que diseñar estrategias para establecer alianzas con otros actores sociales, con los gobiernos locales y nacionales, con los demás organismos productivos nacionales e internacionales, es un prerrequisito esencial para lograr nuestro propósito central: la formación de ciudadanía.
Las universidades no deben perder el horizonte de que su educación no es instrumental, y que no “obedecen” al mercado; por el contrario, deben diseñar el mercado, deben marcar pautas de posibles caminos de desarrollo y equidad social. Tienen que ser faro de realidad. Tal es su invaluable compromiso ético y político. Las universidades, no me canso de iterarlo, al mismo tiempo que forman profesionales, lo hacen pensando en la preservación del pensamiento, de los valores humanos enmarcados en la justicia, la solidaridad, la inclusión, el amor y el respeto por la diversidad y la multiculturalidad.
Esto, por supuesto, requiere de creatividad, de saber localizarse como un punto de referencia acorde con estos tiempos de incertidumbre, y de resignificar lo que somos y lo que queremos ser.
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